Sería una irreparable equivocación limitar esta problemática a una cuestión de violencia de género e injusticia social. Para empezar, una violación continuada o no atenta contra la dignidad y los derechos más básicos del ser humano. Sea cual sea su sexo, cultura o religión. En cada ocasión que se repite un hecho de esta naturaleza, el contador de daños y lesiones personales se pone a cero.
El escenario que nos golpea, estos días, en las conciencias con nuevas imágenes está basado en un modelo de convivencia que solo garantiza, por un lado, la desigualdad y, por otro, un buen trato a tan solo una parte”. Ser mujer en Afganistán puede conllevar que, dependiendo de quién te arrolle con los instintos más bajos desatados, la cárcel sea un destino inexorable simplemente por “la indecencia de no remediar un execrable ataque a la intimidad”.
Gulnaz, una joven de 19 años, se encuentra en una auténtica encrucijada. La única salida posible a su estrambótica situación pasa por emprender una huída hacia adelante contrayendo matrimonio con su agresor, y evitar así ser encarcelada durante 12 años por sufrir una violación practicada por el esposo de su prima… Según parece, las leyes del país asiático sí contemplan el delito la violación, pero con penas de prisión que debe afrontar la propia víctima al considerarlo adulterio por mantener relaciones fuera de la pareja.
Si la imagen mitológica de la justicia se quitase la venda de los ojos, se toparía con una legislación que solo favorece la impunidad de los hombres ante cualquier caso de abuso sexual. Un increíble contexto en el que desequilibrio de la balanza atribuye la máxima responsabilidad a la mujer, quien se convierte en víctima y delincuente por un mismo hecho.
Este atolladero aparenta insalvable. De no obedecer a las recomendaciones de aceptar una boda infectada no solo podría acabar en la cárcel sino que Gulnaz podría ser sacrificada con la finalidad de purificar el honor y prestigio familiar, lo cual también apunta a una aceptación social y cultural de las normas.
Ante esto, lo más indignante ha sido la reciente intervención militar de países occidentales como Estados Unidos, Reino Unido, España, Francia, entre otros, con unos desastrosos resultados del 0,707 reflejado en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este indicador social se compone de tres parámetros: Calidad de vida y longevidad, educación y nivel de dignidad.
El último informe de 2011 sitúa a esta sociedad a la cola mundial ocupando el puesto número 173. A esto se añade una de las mayores puntuaciones en el Índice de Desigualdad de Género a nivel planetario con una clasificación de 141 puntos, cuando países como Noruega alcanzan una nota del 6, muy cerca del 0 (dato en el que se alcanza la igualdad integral).
Tras una presencia militar e internacional en el país, con el fingido objetivo de incrementar los niveles de calidad democráticos y mejorar la convivencia en la zona a través de planes y programas de cooperación, se pone al descubierto el intento fallido de prostituir la Ayuda al Desarrollo a políticas despiadadas por controlar una zona con intereses energéticos y geoestratégicos.
Entretanto, la joven Gulnaz seguirá sometida a un sistema y a unos recios edictos sociales y culturales ante la insultante ausencia de recursos y proyectos efectivos de lucha contra la desigualdad de género como otra forma de abordar, transversalmente o no, en función del criterio, la pobreza en una determinada realidad.
los paises que intervinieron en su dia en esta guerra, entre ellos España y encabezados por USA, lo hicieron para seguir con el magnifico negocio de la venta de armas, esa es la verdadera razón de dicha intervención, la guerra es un negocio sucio, apestoso y maloliente, pero con jugosos beneficios y eso es lo único que interesa a los «mercados» y a quienes los manejan