¿Hay alguien en Europa?

¿Dónde está Europa?, ¿alguien conoce algún país que practique los Derechos Humanos con letras mayúsculas, aquí dentro? La comisión de Inmigración ha criticado la inacción de los Veintiocho a la hora de cumplir con los compromisos para abordar la crisis de los refugiados. Según parece, el programa para atender a 160.000 demandantes de asilo solo ha registrado 497 personas reubicadas. Una cifra que debería sacar los colores a todos los Estados miembros. Un dato que estrecha las manos a la vergüenza más absoluta. Una fotografía del desastre de las políticas sociales a este lado del Mediterráneo.

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Da la sensación que la indiferencia, frialdad e insolidaridad ha puesto los píes encima de la mesa de los despachos donde, los distintos gobiernos de la Unión Europea, toman decisiones relevantes. Por el momento, nadie ha sido capaz de ofrecer una explicación coherente sobre la inesperada gestión realizada hasta la fecha. Inesperada, sí. Porque se entendía que quien promulgaba, hacía gala de ser el garante de los Derechos Humanos siempre y exigía a los demás a cumplir con sus obligaciones tenía eficacia a la hora de tener resolver situaciones de esta naturaleza. Pero, no ha sido así. Los hechos no dejan lugar a dudas.

Con este escenario se cumple el dicho: “el papel lo soporta todo”. La llegada de centenares de miles de seres humanos sirios, afganos o iraquíes solo ha servido para eso. Para demostrar que a los europeos nos van mucho las poses de postales coloridas y los discursos fecundos en emoción. Esos sí, a la hora de afrontar la realidad, el resultado es otro bien diferente. Todos los refugiados ya saben como es la agría experiencia de empotrarse contra la fornida espalada de una Europa impasible ante todo y todos.

Y, a estas alturas, también conocen como la misma Europa que les habla y exige, a distancia, una convivencia pacífica es incapaz de mantener la mirada a lo ojos cuando se le pide ayuda para miles de personas que desembarcan en las costas huyendo del horror de la guerra. No lo hacen por capricho. Ni por un deseo. Escapan para salvar el único patrimonio real que les queda: la vida.

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