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Cooperar es un concepto muy amplio que, en la práctica, puede albergar intereses tan honorables como perversos. Es difícil creer que detrás de las acciones, planes o proyectos no existe una invisible línea paralela que esconde otros objetivos estratégicos para los responsables políticos. Lo contrario, sería abonarse indefinidamente a la ingenuidad.
En una ocasión, Marco Shwartz, escritor y periodista de Público, durante la celebración de un foro sobre RSE y RSC en los Cursos de Verano del Escorial, confesaba que «la coorperación no es inocente para un gobierno como el español». Aseveración que distorsionó con el hecho de que las actuales legislaciones europeas obliguen a una administración a resevar parte del presupuesto anual a planes y Ayuda al Desarrollo.
La sensación colectiva es que esa forma de aplicar una ley, en la gestión pública, obdece a una obligación ética y humana, sin llegar a considerar la posibilidad de que las áreas denominadas prioritarias para cooperar suelen ser designadas políticamente por algo más que una necesidad diagnósticada en una realidad local. Esta sospecha no está generalizada pero si extendida entre algunos gobiernos infieles a la honestidad. «Yo te envio recursos, tu me concedes explotar tus materias primas», caso actual en las relaciones entre España y Guinea Ecuatorial, convertidas en una de las referencias de la incorrección institucional.
Tampoco, es menos cierto, que muchas decisiones políticas dejan en el plano residual la determinación de aportar recursos al universo de la solidaridad. Y, ahora más que nunca, está forma de actuar se propaga como ese imparable virus contra el que se investiga una vacuna eficaz sin alcanzar el éxito perseguido.
El mensaje cala y sigue escalando puestos en la aceptación social. Mientras, los presupuestos adelgazan las partidas destinadas a las vidas de aquellos/as desconocidos/as y anónimos/as beneficiarios/as de la cooperación. Apoyados en los últimos estudios demoscópicos del CSIC, que ratifican el problema del desempleo y los casi cinco millones de parados como la principal preocupación de la sociedad, los responsables de la ‘Res Pública’ no encuentran un inmejorable argumento que pueda frenar una tendencia ‘alcista’ contra los proyectos de desarrollo de carácter internacional.
Parece que el despegue, sin retorno, conduce a vaciar de contenido las áreas destinadas a la cooperación en el mayor de los silencios. De momento, se prosigue con la rebaja de un 40% 0 50%, en el mejor de los casos, de la consignación de fondos para este fin en los gobiernos central y autonómicos del territorio español. Una injusticia social consentida por una gran mayoría que opina con un egoismo supino: «Primero debemos arreglar lo nuestro antes de luchar contra la pobreza de otros países».
Con este logro político y una vez consolidado el discurso de que «el momento actual es de lo más inoportuno para ser solidarios a todos los efectos», los imparables recortes reflejados en los diseños presupuestarios solo permiten imaginar a las ONGD´s sometidas a una futura cartilla de racionamiento de recursos económicos, humanos y materiales para desarrollar sus proyectos, convirtiendo así el objetivo del 0,7% en una ridícula y absurda utopía social.
Enhorabuena por el artículo, Juan. Los intereses que hay detras de la cooperación al desarrollo y la naturalidad realmente sorprente con la que se está admitiendo esta idea absurda y tan equivocada de que “Primero debemos arreglar lo nuestro antes de luchar contra la pobreza de otros países” (es increible lo lejos que estamos y que esta nuestra sociedad de entender que con la globalización lo nuestro ya no tiene solución por nosotros solos, parece mentira con la que está cayendo) demuestran tambien el fracaso historico de una sensibilización y del planteamiento de afrontar la pobreza desde sus consecuencias y no desde sus causas. Dentro de la tragedia de los recortes y lo que significa de sufrimiento para miles de personas, es una oportunidad para, esta vez si, empezarnos a preocupar por la riqueza y su reparto y no tanto por la pobreza y las migajas.