Infectados de estigma

Portar VIH no es una novedad para nadie aunque puede parecerlo. Una de las comunidades más estigmatizadas durante décadas sigue conviviendo con una enfermedad crónica en los países más desarrollados; no así en los lugares donde la pobreza está consolidada por la insuficiencia de recursos debido a una amplia diversidad de factores.

Pese a los avances científicos, convenientemente aplicados en las consultas de medicina interna de centros sanitarios y hospitales, el ritmo social de tolerancia no goza de la misma cadencia. Efectivamente, hemos aprendido a huir del alarmismo inicial de los años 80, si bien, da la sensación de habernos quedado a medio camino de forma voluntaria… El personal sigue oculto en una perpetua clandestinidad. Hablar y contar puede conllevar a un castigo excluyente, de consecuencias irreversibles para toda la vida. “Lo mejor es vivir acompañado por el silencio. Tenemos que aprender a ser invisibles”, confesaba una joven chica tras una consulta rutinaria en el médico especialista.

Se consideraba una recién llegada a este opaco universo. No ocultaba su angustia al plantearse la maternidad en su vida. Era consciente de las dificultades y riesgos que entraña un parto para el bebé con una madre contagiada por el VIH. Aún así, con una mano, sostenía el optimismo y, con la otra, una evidente inquietud por construir un proyecto de familia, “con o sin la necesaria aceptación social”.

Hemos conocido muchos casos a lo largo de los últimos años. Quienes se atrevieron a compartir una experiencia vital, a pesar del temor a las posibles represalias que la sociedad aplica con un sofisticado protocolo, coinciden en que, por encima de los avances médicos, la discriminación se ha convertido en la principal preocupación de las personas que cohabitan en el mismo espacio con un virus más endemoniado para la psicología colectiva que para el sistema inmunológico.

En medio de la conversación, una de las reflexiones más duras de asimilar, expresadas por aquella chica que conocimos en los pasillos de un viejo hospital gallego, hacía referencia a una doble vertiente de la discriminación en su actual situación que, hasta la aparición de una vacuna social efectiva, no tiene los visos suficientes de cura. Decía que ser mujer con VIH significaba ingresar en una cadena de inconvenientes para crecer en lo personal, laboral y familiar. “Si ya estamos discriminadas en algunos espacios, no puedo imaginarme como podré encontrar una pareja que comparta estas condiciones de vida conmigo. Y con mi entorno, ¿que hago?”, se preguntaba con cierto tormento.

La mirada no lograba perderse entre las tantas distracciones de aquel lugar. Cientos de pacientes a la espera de su turno. Reconocía padecer, a veces, algo de “miedo” por el futuro de su salud. Seguimos hablando mientras aguarda el correlativo paso de los números que se encontraban en un marcador, ubicado en un lateral, de la puerta del despacho de la farmacia hospitalaria.

Claudia, porque ese es su nombre, afrontaba por primera vez la ingesta de un tratamiento antirretroviral con el objetivo clínico de reducir la progresión del virus, hasta dejarlo indetectable en posteriores analíticas. Pese a todo, agradecía estar bajo el amparo de un sistema sanitario público y universal: “¿Los recortes afectarán a la gratuidad de los medicamentos y la atención en esta especialidad?”, pensaba en voz alta…

Cabe recordar que los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) han logrado rebajar a la mitad el número de personas contagiadas por la pandemia. El compromiso real de algunas administraciones y el enorme esfuerzo de las ONGD’s ha forzado este esperanzador registro; tras la implementación de numerosos y eficientes programas de promoción de la salud y acceso a los farmacos en países en vías de desarrollo.

Sin embargo, las cifras mundiales de ONU/Sida persisten en arrojar el abrumador dato del millón y medio de seres humanos fallecidos, el pasado año, a causa de las enfermedades oportunistas a las que abre la puerta el SIDA.

Cosa bien distinta es la terapia efectiva para tratar la infección colectiva de estigmas. Toda una asignatura pendiente que, incluso el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha calificado de problema a nivel global.

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