Oscar a la sensibilización social

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La dura realidad de los más pequeños y pequeñas, que acaban siendo captados para las milicias o ejércitos, ha llegado a adquirir una trascendencia inimaginable. La entrega de los premios cinematográficos de los Oscars contemplan el cortometraje “Aquel no era yo”, escrito y dirigido por el español Esteban Crespo,  como una de las producciones de referencia en la gran pantalla.

En el proyecto, el autor y director no ha estado solo. Todo lo contrario. Las organizaciones Aboal, Amnistía Internacional, Save the Children o Entreculturas se han convertido en los principales avales de este montaje audiovisual. Inmersos en el continente africano, en países como Sierra Leona, encontramos una ruda situación para el desarrollo personal de las futuras generaciones.

Paula y Kaney son dos personajes -un niño soldado africano y una mujer española- que podrían no tener nada en común pero que llegarán a unir sus vidas irremediablemente a través de un disparo. En un puesto fronterizo, Paula y Kaney se encuentran y ése será el punto de partida de una dramática historia, en un escenario de miedo, v iolencia, y redención.

Una vez captados la salida no parece fácil. En ello trabajan las ONG’s que persiguen el objetivo de prevenir antes que lamentar. Aunque, en muchas ocasiones, se ven obligadas a paliar los efectos de los niños y niñas que ya ha empuñado un fusil, sin saber muy bien por qué.

Aterrizar y pisar la alfombra  del Teatro Kodak, ubicado en Hollywood, en el ecuador de Los Ángeles, California, se ha convertido en una verdadera hazaña para quienes creen firmemente en la denuncia de las injusticias y la vulneración de los derechos humanos.

Aquí y ahora lo tenemos muy claro a la hora de emitir nuestro modesto voto: Oscar para la sensibilización social.

Al calor del pequeño refugio

Cientos de miles de refugiados sirios están sufriendo las consecuencias de las fuertes tormentas de nieve de este inicio del invierno en Líbano y Jordania. Huyen del conflicto y tratan de salvar la vida aunque esto signifique vivir en las duras y complejas condiciones de un campo improvisado a la intemperie, repleto de personas con las mismas necesidades: retomar lo abandonado por la fuerza.

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El grifo de la cooperación al desarrollo

Las nuevas generaciones y la conservación de los recursos naturales se convierten en los dos principales activos para garantizar un futuro preñado de esperanza.  Conceder un legado, marcado por acciones responsables, debe convertirse en una prioridad de la agenda colectiva. Dejar el planeta en mejores condiciones no puede quedarse en mero un reto, y sí en una obligación ineludible.

Desgraciadamente, el acceso al agua no es algo universal a pesar de la exigencia vital de proporcionar este bien natural sin limitaciones de ninguna clase. Resulta sorprendente que algunas mentes consideren que este asunto del compromiso no va con ellos. Y mientras se aprovechan de todas las posibilidades, con un estilo más parecido al de parásito que al de un humano, otras personas carecen de cualquier oportunidad de incorporar el agua corriente a su vida cotidiana.

La conciencia, y voluntad son imprescindibles, casi insustituibles, aspectos para no atascarse en centenares de palabras bien conjuntadas que conformen una utópica teoría. Según datos de Naciones Unidas, Cerca de 1.200 millones de personas, casi una quinta parte de la población mundial, vive en áreas de escasez física de agua. Una cifra nada despreciable para las conciencias y sensibilidad de quienes abren, cada día, el grifo sin restricciones.

En estos últimos tiempos, las denostadas políticas de cooperación al desarrollo han sido objeto de recortes sin precedentes y campañas de desprestigio para justificar tales decisiones. La sociedad está cada vez más próxima al postulado de: «resolvamos antes los problemas de aquí que los de afuera». Un fragante error de perspectiva a medio o largo plazo porque los fenómenos migratorios seguirán creciendo y las realidades sociales se endurecerán tanto en casa como a nivel internacional. La experiencia recomienda no ponerse de perfil ante esta serie de cuestiones por su inevitable repercusión.

Cimentar el desarrollo del futuro se convierte, o así debería ser, en una estrategia inexcusable del presente. De lo contrario, las consecuencias sociales formarán parte de una irresponsabilidad global compartida.

Y a medida que el grifo de la solidaridad se va cerrando, poco a poco, otros seguimos convencidos en practicar un periodismo entregado a la lucha contra la pobreza, la denuncia de las desigualdades sociales o la defensa de los derechos humanos. Y hasta conseguirlo no detendremos la maquinaria marcada por una vocación aliada con el desarrollo.

Espiando una realidad social

Detenerse, observar y hasta espiar una realidad social con es constituyente de delito, según las leyes internacionales.  La visión de un determinado contexto puede tener, en origen, un importante sesgo por los deformados mensajes que llegan desde ese lugar y como viven sus gentes.
Es el caso de la sociedad marroquí. En múltiples conversaciones llegaron a confesar que se sienten prejuzgados por la polvareda de los retorcidos estigmas en los lustrosos países de occidente. No dudan en censurar a aquellos que se niegan a conocerlos por como haber sido presentados en la distancia. Y exigen un mínimo ejercicio de comprensión y empatía.
Foto de Carolina Sertal realizada en la provincia de Nador (Marruecos)
Pero, sobre terreno, las cosas son bien diferentes: Una cosa es el sistema y otra bien distinta sus gentes, quienes componen un modelo social con sus virtudes y defectos. De esto último ya conocemos incontables problemáticas: Desigualdad, injusticia, pobreza, entre otras.
Así pues, resulta más recomendable quedarse con la primera parte para ayudar a construir un edificio multicultural sin rendijas en sus imaginarias ventanas.