La comparecencia dejó perplejos a todas y todos los asistentes al acto público. Se trataba de un representante del gobierno central hablando de un caso de Violencia Machista en la provincia de Pontevedra. Al referirse al tema, emergió un discurso decimonónico y rancio que definía el actual papel de la mujer como “un ser vulnerable e indefenso”. Desde ese momento, el frío viento intelectual comenzó a soplar con una intensidad imprevista. Una profunda borrasca irrumpió por uno de los pasillos de aquel organismo oficial con una torrencial lluvia cargada de términos atrasados; más próximos a la compasión que al compromiso social contra uno de los principales problemas en España. Los gatillazos verbales no cesaban de sonar. Micrófonos abiertos y grabadoras encendidas con una repetida tentación de apagarse. Con el deseo de no haber registrado nunca algo tan inapropiado. De borrarlo todo.
La improvisada declaración continuaba evidenciando que, para ocupar un cargo público, no se pide una credencial actualizada a los tiempos. Soporíferos minutos que derivaron en un decreto final: «conceder la liberación a las mujeres, de hoy en día». Una ‘brillante’ expresión que solo acabo de poner el colofón a un discurso mediático que no nunca debió existir.
Ocurrió a unos días vista de una movilización de Estado programada en Madrid. La respuesta fue rotunda: La calle exige que la Violencia Machista sea una cuestión prioritaria en la agenda. Precisa de un acuerdo político de altura. Desgraciadamente, se trata de una reivindicación que, de partida, presenta algunas carencias: responsables de las instituciones no reciclados, inadaptados a los nuevos escenarios e insensibles ante una de las enfermedades sociales más preocupantes de las últimas décadas.
En este lamentable hecho también volvió a dejar al trasluz que “la sociedad va siempre por delante de la clase política”. Los ejemplos son incontables. Y, a estas alturas, no parece mucho pedir que las mujeres dejen ya de morir a manos de hombres terroristas y anacrónicos, infiltrados en el disfraz de “compañero sentimental”.
Cuestión bien distinta es la graduación de la vista de quienes tienen capacidad para legislar soluciones y responden con una sarta de necedades ante los feminicidios. O, lo que es peor, desoyen el clamor popular infravalorando un problema en el que han perdido la vida 84 mujeres.
¿Qué más tiene que pasar? #Lasqueremosvivas