El recibidor de Europa

Europa recibe a los refugiados sirios con una indiferencia hiriente, reprobable y absurda. Una y mil imágenes acaban demostrando la desgraciada fórmula de bienvenida a quienes huyen, desesperados, de una interminable guerra.


Los fríos datos, que llegan desde terreno, vaticinan un flujo migratorio incesante. Todas las previsiones apuntan a que el drama continuará: la ONG Rescate acaba de alertar que, este invierno, arribaran cerca de medio millón de seres humanos a las costas europeas. Más de lo mismo.
Llegarán con el reto de superar una guerra, el rigor del frío y el insolidario recibimiento de una Europa acomodada en el colchón del desarrollo económico que todo lo valida. Que todo lo justifica. Que todo lo deshumaniza.

Por contra, hay otras familias que optan por no cruzar el Mar Mediterráneo. Se decantan por emigrar a países de la zona y cruzar pasos fronterizos como el de Turquía, dispuestos a amoldarse a la elevada inestabilidad de la zona. Tanto es así que las organizaciones sociales aseguran que 400.000 menores sirios no podran ser escolarizados por diversos motivos; por el momento, insalvables.

Ni una, ni otra posibilidad ofrece las garantías mínimas para los damnificados por el conflicto bélico en Siria de rehacer sus vidas. Pese a todo, sí se debe reconocer que existen diferentes formas de acoger a los millares de personas que solicitan una nueva oportunidad: solidaria o insolidariamente. El primero de los tratos desconocemos sí se da o no en el interior de las fronteras turcas. El segundo recibimiento tenemos claro que se repite, con una cruel frecuencia, en el territorio de la Unión Europea dónde tener concedido el asilo es una verdadera utopía. Y tal y como transcurren los acontecimientos obtener el amparo de un estado se convertirá en uno de la colección de sueños irrealizables.

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