Desgraciadamente, aquí está. Ha llegado. Llamando a las puertas de quienes pensaron que estaban a salvo de uno de los principales problemas globales: el terrorismo internacional. El zarpazo ha sido tan duro que todavía no somos capaces de hacer la digestión ante unos hechos que asimilarlos llevará mucho tiempo. Sobre todo cuando debajo de una endiablada furgoneta han perdido la vida niños, mayores y otras personas que cometían el supuesto error de pasear por la emblemática Rambla barcelonesa. Tan lejos pero tan cerca.
Este viernes, en Pontevedra y en otras ciudades de España y Europa, se ha realizado el habitual minuto de silencio. Ese momento en que no se dice nada y se dice mucho. Esos instantes en los que se supera la lejanía para estar cerca de quienes han padecido las ilógicas acciones del terror. El alcalde de la capital del Lérez (mi ciudad), Miguel Anxo Fernández Lores, aseguró que la mejor manera de defenderse, de repeler este reto del terrorismo es seguir a lo nuestro. Con la vida ordinaria. Sin alterar la normalidad de millones de seres humanos que convivimos muy distanciados de la violencia.
Por eso hoy estamos aquí: tan lejos pero tan cerca de Barcelona. Y, en la memoria, muy presente, esas otra partes del mundo que también conocen y padecen este horror.