Materia pendiente

El sur es una de esas partes del mundo donde pasan cosas. En muchas ocasiones suelen someter a las personas a una cadena de injusticias de enorme complejidad por los efectos de la pobreza, la falta de equidad de género, las agresiones a los derechos humanos o la carencia absoluta de libertades, entre otras cosas. A su vez, estos problemas suelen generar que el residente de un país acabe convertido en un inmigrante.

A día de hoy, los dos principales ejes de migrantes se localizan en África y Latinoamérica. El objetivo: alcanzar Europa o Estados Unidos. Dos horizontes que con una cara falsa, hipócrita e irreal se presenta como el paraíso de los recursos y la esperanza. Pero, todo cambia cuando se llega a estos dos escenarios. En ambos lugares se da, con demasiada frecuencia, el rechazo al diferente por el simple hecho de no haber formado parte de la cultura local. Por el detalle de no hablar de la misma forma. Por tener unos rasgos no autóctonos.

Habitualmente, la expresión más habitual de discriminación pasa por eludir la integración. Se trata de la forma más eficiente para no convivir con quien no se comparte la lengua, el color de piel, las creencias y hasta los referentes culturales. En definitiva, evitar el fomento de la multiculturalidad parece ser muy rentable para apostar, finalmente, por el inmovilismo. Para no alterar el espacio de confort de los miembros de una sociedad que rechazan el cambio y la evolución novedosa. Y que, con el paso del tiempo, el único reto posible es que todo debe proseguir tal y como estaba. No hay otra visión posible para el futuro.

Desde este inflexible punto de vista resulta más fácil retener en un Centro de Internamiento a Extranjeros y, posteriormente, deportarles que invertir esfuerzos en abrir una sociedad a otras formas de entender la vida. Se hace más sencillo construir fronteras y muros antes que diseñar planes de acogida, apoyo y solidaridad para seres humanos secuestrados por un sufrimiento extremo en sus lugares de origen.

La creciente xenofobia en una y otra zona del mundo no responde a una supuesta incomprensión de la población. Se debe a un enfoque político ligado, a la misma vez, a un interés económico. El sentimiento de rechazo ha sido siempre muy barato. Mucho más que la repartición de los recursos y la riqueza, una de las materias pendientes de la historia de la humanidad. Todo parece apuntar a que la resolución no llegará en este siglo XXI. Solo es necesario observar como los refugiados en Europa o los migrantes centroamericanos siguen cruzando mares y desiertos al encuentro de una oportunidad que, en muchos casos, nunca llega. Ni llegará. Y no lo hará porque la solidaridad entre pueblos no genera beneficios económicos, ni atractivos bienes materiales. Solo forma parte de una incomoda postura, de una reivindicación utópica, que da sentido a la existencia de las ONG’s y fundamente el discurso de quienes no están de acuerdo con las reglas y consecuencias de un sistema, diseñado para el confort de unos pocos y el sufrimiento de muchos.

Revertir toda esta situación de un sistema pervertido por el egoísmo y un radical individualismo no cabe duda que, desgraciadamente, camina a convertirse en una lamentable materia pendiente sin que se atisbe una esperanzadora fecha en el calendario de las grandes soluciones.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Deja una respuesta Cancelar la respuesta