La cifra de pérdidas humanas aumenta sin descanso. Las aguas que separan las puertas de Europa con África vuelven a convertirse en improvisados cementerios de inmigrantes. Lo intentos son continuos, tenaces y desesperantes. No hay tregua para uno de los principales fenómenos de nuestro presente: La inmigración y el inmigrante.
Madres, niños, neonatos y otros centenares de personas decidieron depositar todas sus esperanzas en un cascaron endiablado. El infierno tenía forma de barcaza, este pasado jueves, y nadie a bordo lo sabia. La tragedia de Lampedusa no hace otra cosa que evidenciar una insolidaria falta de compromiso por resolver un histórico problema global. Aunque la ceguera social crece al mismo ritmo que las desigualdades planetarias, cabe recordar que las corrientes migratorias tienen siempre una causa y unas consecuencias: la pobreza.
El rumbo final les llevo al destino más indeseado. La mezcla de agua y sal se convirtió, para casi doscientas almas, en el último sorbo de vida antes de caer rendidos a la llamada del sueño eterno. Morir, mientras, otros miran con pasividad, desde un cómodo barco pesquero, puede resultar hasta insoportable. A puerto quedaron amarrados, primero, el valor de la humanidad. y, segundo, la obligación actuar en comisión de socorro.
Nadie fue capaz de echar un cabo, un flotador o avisar a los servicios de salvamento marítimo desde su puente de mando. Mirar y callar se convirtió en la respuesta de tres pesqueros que navegaron a escasos metros de la tragedia. “Primero yo, y luego yo”, pensarían algunos con el corazón congelado. Y no cabe duda, que estas son algunas de las secuelas que registra el maltratado Estado del Bienestar.
Pero, a pesar de las sinceras lágrimas de la alcaldesa de Lampedusa, Giusi Nicolini, quien declaró sollozando: «Todos estos cuerpos hablaban. Tenemos que parar esto», las medidas adoptadas para serenar las intenciones de quienes deciden emigrar son muy, muy deficientes. Y cada vez más. Políticas ambiguas o actuaciones más económicas que humanas nos han traído hasta aquí. La pregunta tiene una clara y obstinada respuesta.
Recortar en Ayudas al Desarrollo o planes y programas de Cooperación solo servirá para aumentar la saña del lamento y dolor por la perdida de un mayor número vidas humanas. Dicen que el mar expulsa a tierra todo aquello que no quiere, y este caso no iba a ser una excepción. Por desgracia, seguirán llegando ‘papeles mojados’ hasta nuestras costas por el fuerte oleaje de la insolidaridad con la realidad social de los países en África.