
La mentira del pequeño Marwan pudo ser una verdad aplastante que se quedó a medio camino. Como muchos menores sirios que tratan de huir de su propia existencia, por mera necesidad humana, y sucumben en el intento. Una imagen. Una foto cortada, sesgada.
Intencionadamente o no; solo lo saben los responsables de ACNUR, una de las agencias de refugiados que opera bajo el paraguas de Naciones Unidas. Desde el departamento de comunicación de Jordania se utilizaban sutiles frases en la información oficial como “separado temporalmente de su familia”.
De una oración bien construida nació una mala interpretación convertida en una noticia de trascendencia internacional. En pocas horas, buena parte del planeta se estremecía de nuevo con los episodios humanos que nos presenta el irracional y cruento conflicto bélico. Supuestamente, un niño de cuatro años había cruzado el desierto solo para llegar a un campo de refugiados. Ese era el mensaje principal que manejaba la mayoría de quienes se asomaban al balcón de la espinosa realidad siria. Y, como ocurre en estos casos, comenzaron las “habladurías globales” off/on line.
Una foto cobraba valor, y la información más. La fuente era incuestionable hasta que lo fue. Un fotoreportero del ACNUR daba consistencia a un hecho sin precedentes hasta el momento. Aún así, las dudas de quienes conocen el terreno no estaban mal enfocadas: ¿es posible que un niño de esa edad emprenda una aventura con ese grado de autonomía?
La respuesta no se hizo esperar. La familia del menor se encontraba a escasos metros de él. Su éxodo fue colectivo y para nada individual. Acompañado por sus padres abandonó el infierno en el que se había convertido el presente. Pero, a punto de alcanzar, el campo de refugiados de Jordania una imagen cambia y distorsiona su propia vida durante 24 horas.
Una historia que no fue pero pudo ser. O, quizás, esté ocurriendo en este momento y nunca se sepa.
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Una historia que no fue pero pudo ser. O, quizás, esté ocurriendo en este momento y nunca se sepa.