Al corro de la ‘patata’ entre las balas

Algunas cosas duelen, y mucho. Como ser humano, comprobar que se aprende poco de los errores del pasado genera la fabricación de la química básica para sentir impotencia y tristeza en el alma. Ya sabemos (esto no es nuevo) que las guerras no conducen a nada bueno. Solo logran destrucción, drama y dolor. Una clásica conclusión que no ha evolucionado con el paso del tiempo: las armas fueron, son  y serán letales para resolver diferencias, por muy grandes que estas sean.
Aún así, el conflicto de Siria deja, en su haber, una gran cantidad de perdidas superior a las 150.000 vidas. Insoportable cifra; inasumible para la ética de la comunidad internacional que dice “que quiere pero no puede” desactivar una verdadera guerra civil.
Entretanto, millares de familias buscan las fronteras del Líbano o Irak para evadir el peligro de las balas y las bombas. Niños, mujeres y ancianos se han convertido en parte de los objetivos militares sin salir de casa. Lo más importante no parece ser las personas y sus necesidades. Para nada. Esos denominados daños colaterales solo forman parte de la estrategia militar de un bando y otro. Algo no deseado pero inevitable. Luego, a modo de consuelo, ya llegará el lamento oficial para quienes sufrieron una perdida irreparable. Pero, ¿cómo se compensa tal daño?
Y los que logran subsistir comprueban como los alimentos ya no llegan a las despensas de las pocas casas que todavía quedan en píe. Escasea todo, favoreciendo que el hambre y la sed se apoderen de la vida de los civiles; quienes, cada día, suplican la paralización de una sinrazón. De una realidad minada de muerte a un éxodo forzado. Este temible escenario ha generado un pasillo humano de personas sin rumbo. Sin saber que pasará a la mañana siguiente. Con una inquietante duda: ¿Si resulta más recomendable quedarse o marcharse?
Pese a todo. En una pequeña callejuela de la ciudad de Aleppo, cuatro niñas logran imprimir una alegría inusual, extraordinaria, dado el contexto. Ajenas a todos los interrogantes y amenazas. Al margen de las infructuosas gestiones de la diplomacia internacional y los diversos mediadores de la ONU, forman un corro infantil que logra disfrazar, de alegría momentánea, la escombrera humana en la que se han convertido las condiciones de vida de los sirios.

Deja una respuesta Cancelar la respuesta