Ocurre en una pequeña villa fronteriza entre Siria y Turquía. En este lugar, las mujeres más veteranas han llegado a una adoptar una determinación sin precedentes: tomar las armas para defender lo suyo. Aquello que ha formado parte de sus vidas desde hace varias décadas. La ciudad de Kobane se encuentra amenazada por el ejercito yihadista del Estado Islámico. Desde hace varios días el asedio está siendo insoportable para la población civil.
Las abuelas kurdas lo han tenido muy claro: empuñar un Kaláshnikov es la única salida que queda para no convertirse en víctimas de un conflicto o en meras refugiadas en un campo situado en medio de la nada. Antes de llegar a tal situación prefieren enfrentarse a quienes osan agredir y desplazar a un pueblo por la falta de coincidencia en las creencias religiosas. Cabe recordar que nadie ha conseguido dar con una justificación convincente para arrebatar la vida, de una u otra forma, a otra persona por cuestiones teológicas, políticas, culturales o sociales.
Las guerras o los conflictos bélicos no logran otra cosa que destrucción y muerte. Puede sonar a tópico o reiteración pero la terquedad de la historia nos induce a repetir una y otra vez la reflexión habitual. En este sentido, la utilización de la violencia para resolver diferencias entre dos partes no ha variado con el paso de los años. Los procesos de Paz han sido incontables con notables resultados en algunos casos y nulos en otros. Aunque, parece que se aprende poco o nada de estas cosas. De la necesidad de mantener un estado pacífico para implementar un desarrollo humano real.
Pero, en el caso que nos ocupa, se antoja difícil dar con la clave de la solución cuando los primeros interesados en mantener la inestabilidad llega de países externos. Aquellos que después participarán en la reconstrucción y en la articulación de políticas de cooperación muy orientadas al lucro comercial y empresarial, a pesar de que el mensaje integre la palabra ‘solidaridad’ con otros pueblos.
Las abuelas guerreras deben hacer reflexionar a los responsables de un verdadero fiasco en la región, donde parece que el final está más lejos que cerca. Mientras tanto, los ancianos seguirán optando por defender lo poco que tienen o les queda porque admiten que «una vez se ha llegado a estos niveles de hostilidad en la vida, no hay nada que perder y temer».