¿Qué puede cambiar el mundo?

Las decisiones importantes parece que son un campo solo abonado para mentes adultas que expropian parcelas de futuro de las nuevas generaciones. En muy pocas ocasiones se ha agacha la oreja para escuchar las inquietudes de niños y adolescentes sobre el mundo que desean recibir y gestionar.

Son muy pocas las veces que un mandatario es permeable a las peticiones más basicas de un menor. La legislación internacional de los Derechos de la Infancia está elaborada por los mayores que dirigen los destinos del planeta en organismos y asambleas como las que se celebran en la ONU. Es cierto que resulta necesaria la aportación y participación de los adultos para una serie de cometidos políticos y administrativos.  Ahora bien, esto no puede ser sinónimo de usurpación de espacios, por norma. Una realidad que acontece con mayor frecuencia de la deseada.

Es decir, mayores decidiendo por los pequeños que sienten como son tenidos en cuenta solo para justificar determinadas acciones. Ocurre lo mismo con las leyes de género: en la mayor parte, son hombres quienes redactan y debaten dichas leyes en un parlamento. Toda una contradicción. Y los hechos son muy tozudos: ¿cuántos niños padecen pobreza?, ¿por qué los recursos educativos no llegan a todos?, ¿quienes son los principales perjudicados en los conflictos bélicos? Algunos ejemplos que obtienen siempre una respuesta indeseable.

Se habla y predica de un futuro para las generaciones venideras que nunca llegará. Se insiste en construir desde un base no cimentada por educación, salud y protección social. Mas bien, todo lo contrario. La reacción suele ser tardía cuando el problema ya es irreversible. Y, en la mayoria de los casos, un lápiz,  tal y como divulga Malala, actual premio Nobel de la Paz 2014: «un pupitre y un libro hubiesen sido elementos suficientes para provocar cambios sociales en diferentes culturas y contextos del mundo».

Al corro de la ‘patata’ entre las balas

Algunas cosas duelen, y mucho. Como ser humano, comprobar que se aprende poco de los errores del pasado genera la fabricación de la química básica para sentir impotencia y tristeza en el alma. Ya sabemos (esto no es nuevo) que las guerras no conducen a nada bueno. Solo logran destrucción, drama y dolor. Una clásica conclusión que no ha evolucionado con el paso del tiempo: las armas fueron, son  y serán letales para resolver diferencias, por muy grandes que estas sean.
Aún así, el conflicto de Siria deja, en su haber, una gran cantidad de perdidas superior a las 150.000 vidas. Insoportable cifra; inasumible para la ética de la comunidad internacional que dice “que quiere pero no puede” desactivar una verdadera guerra civil.
Entretanto, millares de familias buscan las fronteras del Líbano o Irak para evadir el peligro de las balas y las bombas. Niños, mujeres y ancianos se han convertido en parte de los objetivos militares sin salir de casa. Lo más importante no parece ser las personas y sus necesidades. Para nada. Esos denominados daños colaterales solo forman parte de la estrategia militar de un bando y otro. Algo no deseado pero inevitable. Luego, a modo de consuelo, ya llegará el lamento oficial para quienes sufrieron una perdida irreparable. Pero, ¿cómo se compensa tal daño?
Y los que logran subsistir comprueban como los alimentos ya no llegan a las despensas de las pocas casas que todavía quedan en píe. Escasea todo, favoreciendo que el hambre y la sed se apoderen de la vida de los civiles; quienes, cada día, suplican la paralización de una sinrazón. De una realidad minada de muerte a un éxodo forzado. Este temible escenario ha generado un pasillo humano de personas sin rumbo. Sin saber que pasará a la mañana siguiente. Con una inquietante duda: ¿Si resulta más recomendable quedarse o marcharse?
Pese a todo. En una pequeña callejuela de la ciudad de Aleppo, cuatro niñas logran imprimir una alegría inusual, extraordinaria, dado el contexto. Ajenas a todos los interrogantes y amenazas. Al margen de las infructuosas gestiones de la diplomacia internacional y los diversos mediadores de la ONU, forman un corro infantil que logra disfrazar, de alegría momentánea, la escombrera humana en la que se han convertido las condiciones de vida de los sirios.

Entre números y letras

Relato de dos hermanos que, cada mañana, abrían los libros imaginarios para repasar las cinco vocales del abecedario, o como se suman o restan los números. Tierna postal diaria que tenía lugar en una modesta casa de la ciudad de Bata (Guinea Ecuatorial) .

Esta hermosa historia ha sido publicada, íntegramente, en el blog 3500 Millones (El País)

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