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Eran los grandes protagonistas como Fuerza de Trabajo (FT) en el mercado laboral durante los años de una economía alegre y optimista. A otros niveles, contaban con un reconocimiento y la complicidad social para llegar a un grado absoluto de integración.
No existían dudas en abrir, de par en par, las puertas de la convivencia multicultural. La presión llegaba a los escaños del parlamento para que la legislación marcase un futuro de garantías a aquellas personas que optaban por migrar de su realidad con el objetivo de forzar un ‘cruce de caminos’ con las oportunidades.
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Los avances en la tolerancia colectiva parecían proyectarse en una dirección modélica y humanizada. Cabe reconocer que los lazos de pluralidad estaban todavía en un proceso de construcción que quedó inconcluso, y mucho nos tememos que el compromiso colectivo quedará sin finalizar, al menos a medio plazo.
Sin embargo, la aceptación a recibir personas inmigrantes era elevada. Apenas surgían voces discrepantes contra la incorporación, a nuestro modelo de convivencia, de personas asediadas por las dificultades de desarrollo personal, familiar y social (DESC).
Desgraciadamante, aquellos tiempos se han convertido en un mero espejismo, «proyectado en un frágil cristal que se hace añicos con tan solo un leve golpe involuntario». Aquel camino emprendido para eliminar a la integración del catálogo de la utopías se detuvo en los primeros kilómetros. «Falsas expectativas».
Es más, en el presente, algunas inaceptables versiones apuntan a un nuevo secuestro del progreso social derivado de una irresponsable práctica política en favor de una gestión de la inmigración basada en dar facilidades al recién llegado. «Conductas que aparecen cuando el nuevo rico deja de serlo».
Ese intento por fumigar una extendida plaga de intolerancia, sobre la existencia de seres humanos procedentes de la diversidad cultural, se ha convertido en el típico argumento próximo al ‘género del cinismo’. Para algunos, en el presente, no resulta difícil cambiar la careta de ‘progre por la ultraconservador’. Simplemente, porque toca o no requiere de elevados esfuerzos más que cruzar de una orilla a la otra en el discurso, se pasa sin complejos éticos de una defensa al ataque más feroz.
De la prioridad a la invisibilidad. De las leyes favorables a las redadas y deportaciones, sin apenas garantías para defender los mínimos Derechos Fundamentales. Esa es también la propuesta de algunos ‘practicantes políticos’ que inyectan dosis de intolerancia a la sociedad a traves de posiciones y programas de gobierno para arañar votos.
Lo expuesto no es un simple conjunto de apreciaciones periodísticas. Es una denuncia pública y sonora de colectivos solventes como SOS Racismo, Movimiento Contra la Intolerancia o la asociación hispano ecuatoriana Rumiñahui.
Los tres colectivos aseguran que, tras el paso del vendaval electoral del 22 de Mayo, varios partidos de inexistente tolerancia ya han logrado situar representaciones en las futuras corporaciones municipales y gobierno autonómicos, con intenciones de construir nuevos muros apoyados en la xenofobia.
Advierten que montarán un instensivo puesto de vigilancia. Temen las consecuencias en las formas en las que se dará cumplimiento a la Ley de Régimen Local (Empadronamientos y Censos municipales) y la aplicación de la Ley de Extranjeria.
«Vota», ese término mágico de la democracia que comienza a estar cuestionado por su forma de uso (Movimiento 15M), se ha convertido en otro sibilino elemento de discriminación. A día de hoy, no todos los programas electorales están abiertos a gestionar políticas de biodiversidad social. Y, sin embargo, reciben respaldo y logran el objetivo de situarse en las administraciones con la legitimidad que otorga el sistema.
Ejercer el derecho al sufragio universal con cierto criterio no solo es una responsabilidad de quien propone sino también de quien dispone. Respaldar futuras acciones de gobierno que agreden o reduzcan los derechos de otros por su origen, condición, cultura o religión estamos obligados a recordar que colisiona contra cualquier marco constitucional.
La regresión de las políticas sociales son una supuesta consecuencia de una crisis real o inventada, según la teoría escogida. En cualquiera de los casos, la historia se ha encargado, en repetidas ocasiones, de mostrarnos la cara más deshumanizada y cruel ante enérgicos episodios de intransigencia padecidos por personas de características sociales o raciales, entre otras, diferentes a la mayoría.
Conviene deliberar, las veces que sea necesario, antes perder la estela de la coherencia como seres humanos y pasemos a la historia siendo clasificados como la sociedad de referencia en materia de insolidaridad. Quizás, se haga necesario meditar regularmente con las sagradas escrituras de la Tolerancia, en las manos, antes de revisar de reojo la situación de los mercados, la prima de riesgo o la deuda pública.
En un mero descuido, podemos presenciar como la cotización de la xenofobia vuelve a situarse al alza sin los sencillos remedios a mano que reduzcan los irreparables y nocivos efectos de una de las patologías sociales con numerosos antecedentes en el pasado.
*Recomiendo consultar el informe sobre ‘La evolución del Racismo y Xenofobia 2010’ de Mª Angeles Cea y Miguel S. Valles, publicado por el Observatorio Español de Racismo y Xenofobia.