La única reflexión que le faltó por pronunciar al presidente del PP de Cataluña, Xabier García Albiol, fue aquello de que “la principal causa de la pobreza es que la gente tiene muchos hijos”. Y, a renglón seguido, añadir que: “bajo un recio control del Estado, la planificación familiar podría ser una formula formidable para mejorar la situación de los pueblos que padecen una asfixiante carencia de recursos básicos”. En este supuesto caso, solo habría un inconveniente llamado China: su ejemplo y pésima experiencia invalidaría tal postulado, de forma automática.
Por lo demás, Albiol lo dijo todo o casi todo sobre la convivencia plural en Europa: “Uno de los grandes problemas de la UE es el multiculturalismo”. A partir de ahí, invitó al personal a construir una sociedad marcada por un extremismo étnico y cultural muy bien definidos. Es más, en su velada propuesta, recomienda que todo aquel que no siga el modelo, y presente diferencias, debería abandonar su identidad para dejar formar parte del problema y sí de la solución.
En cuanto a las matizaciones, tras la incontinencia verbal, convendría archivarlas en el Museo de la Palabra. En un lugar privilegiado donde se exhiban los mensajes populistas, cargados de peligro. De mucho peligro. Sustanciados en una visión política conservadora que no cree en la tolerancia, en la integración o en la inserción social.
Posteriormente, en una intervención, puntualizó que “estar de fiesta hasta las cinco de la mañana, un día de semana, no es forma de integrarse a nuestra cultura. Que quien quiera vivir así lo haga en otro sitio”. Ni lo primero, ni lo segundo, parecen elementos de juicio muy acertados y apropiados para sostener nada política y socialmente. Entonces, ¿qué pasa con alemanes, holandeses o ingleses en Ibiza?, ¿esta historia va con ellos o no?
No obstante, ya se sabe que en la política de bajo perfil todo vale. Puede utilizarse todo, con tal de rascar unos votos a costa de avivar el brasero del rechazo al diferente por ser diferente. Sin una declaración ponderada y meditada cualquier resultado es posible. Y, desde luego, cargar el ‘revolver social’ de balas de xenofobia es, para empezar, un acto irresponsable. Sin embargo, no aprendemos. A pesar de que la historia albergue demasiados casos de degeneración de los derechos humanos en los que suelen acabar este tipo de cosas.
Lo peor es que políticos del temerario estilo de Albiol, cuando entran en campaña electoral, suelen ponerse la pinza en la nariz y la venda en los ojos para pedir el voto a todas las colectividades (gitanos, latinos o inmigrantes). A aquellas que fueron marginadas en los tres años y medio anteriores por mantener unas tradiciones culturales distintas al resto.
Nada constructivo se puede esperar de la ‘baja política multiverbal’. Por el contrario, la política de altura; esa que nos ha traído hasta aquí; la que ha logrado elaborar constituciones y modelos de convivencia, alejados de una sofocante intolerancia, comienza a hacerse más imprescindible que nunca. Pretender gestionar problemas humanos como el de los refugiados o la inmigración con frases intransigentes, ante quienes aprendieron a vivir de manera distinta, solo lleva a agravar la situación dentro y fuera de las fronteras de la UE.
Bien sea por necesidad o por historia, esperemos que lo sucedido tan solo sea una gota de agua en el océano. De lo contrario, volveremos a tropezar en la conocida piedra del racismo.