Hace unos días recibíamos un zarpazo procedente de Guatemala. El orfanato Hogar Seguro (que resulto no serlo tanto), de titularidad estatal, se convirtió en un infierno en vida para centenares de niñas que sufrían abusos, violaciones, vejaciones y malnutrición de forma regular. Lo anormal era lo contrario. Por este motivo, el Día Internacional de la Mujer, las menores recluidas en este centro decidieron plantar fuego a los colchones en protesta por el maltrato a todos los niveles.
Desgraciadamente, el asunto se fue de las manos. No hubo un cálculo de los riesgos que eso podría conllevar. Los responsables del orfanato no dieron otra opción a las menores que morir alcanzadas por unas llamas reivindicativas. Por un incendió que pretendía calcinar las malas condiciones de vida que las pequeñas sufrían cada mañana, tarde y noche. Lo más triste es que de no haber muerto 40 niñas en este siniestro pocos conocerían y mostrarían sensibilidad por una realidad más que lamentable. Se habría convertido en un hecho denunciado por las ONGs con una mínima resonancia nacional e internacional. Que Guatemala es un país con muchas carencias no es nada nuevo. Que la vulneración de los derechos humanos y de la infancia se reproduzca con frecuencia tampoco sorprende a nadie.
Sin embargo, una realidad así de áspera tampoco tiene porque aceptarse dando un fuerte abrazo a la resignación. Ser niña en los países de Centroamérica se ha convertido en una realidad de máximo riesgo. Mucho más que la de un niño: con innumerables amenazas merodeando sin que nadie haga o pueda hacer nada. Atenazada por los incontables riesgos de un machismo enquistado en la sociedad. Y pocos son los que conocen los nombres y las caras de las niñas fallecidas. Y pocos serán los que exijan justicia por enterrar antes de tiempo a quien debería tomar el relevo en el futuro. Ahora bien, la cosa sería bien distinta si geográficamente nos desplazásemos 3000 kilómetros hacia el norte. En ese caso, el mapa nos situaría en otro territorio en el que estamos seguros que la trascendencia y la atención sería muy distinta. En el que los recursos, expectativas y esperanza van siempre agarrados de la mano.
Pero, por desgracia, nacer el norte o en el sur marca la línea divisoria entre las oportunidades y la falta de ellas. Entre la fortuna o la desgracia. Y es que, al final, y esto si que no despierta discusión, el color y el número de expedición de nuestro pasaporte sí es importante. Tanto que nuestra vida depende de las coordenadas del punto cardinal donde haya sido emitido.
¡Suerte!