¿Cómo mercantilizar al refugiado?

La deportación a Turquía es la nueva solución que acaba de idear la Unión Europea para dar salida a la llegada masiva de refugiados a Europa. Esa es la única respuesta ‘solidaria’ de un conjunto de gobiernos de países desarrollados, que obligan a otros a hacer lo que ellos no hacen, para abordar un problema humanitario de proporciones desconocidas.

Después del despropósito de dividirse en cuotas el número de personas, que cada uno debía acoger con todas las garantías de asilo, ahora llega este acuerdo con el ejecutivo turco para trasladar la gestión de una crisis humanitaria a otro escenario. Eso sí, a cambio de miles de millones de euros. Para algunas cosas sí y para otras no. Para crear programas sociales de acogida NO pero para llevar al refugiado a otro territorio SI hay recursos suficientes en los que nadie repara. Además, con este pago, se concede a las autoridades europeas todo el derecho de poner al otro lado de la frontera a quien porte la etiqueta de refugiado en su carné de vida.

Y esta operación de política liberal también abre la puerta a que en el paquete de los refugiados deportados se incluyan (accidentalmente) algunos inmigrantes, ajenos al flujo migratorio procedente de Siria, pero, que no conviene continúen circulando por la zona europea. Un panorama indignante, improcedente e impropio de unos ciudadanos que exigen que se priorizen los derechos humanos por encima de cualquier otra consideración. ¿Qué riesgos se corren al integrar a ciudadanos sirios o iraquíes en Europa?, ¿Cuáles son los daños reales de la multiculturalidad? Según parece: ninguno.

Este silencio como respuesta nos lleva a ratificar que unos pocos están usurpando la voluntad de muchos. O dicho de otra forma: que el criterio y visión del ciudadano europeo está siendo desoído por un crespúsculo de políticos que no representan a la mayoría y, mucho nos tememos, que sí a una minoría de intereses de económicos y empresariales.

Así pues, la mercantilización de los refugiados ya no es una remota posibilidad. Es una aplastante realidad que resulta inaceptable para quienes abrazan, por costumbre, a los derechos humanos.

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