Inaceptable amnesia de España en el Sáhara

El pueblo saharui es otro de los grandes olvidados por el gobierno español. A la situación de ambigüedad política, por no decir de abandono, se unió la reciente decisión del ministro de exteriores de retirar a un importante número de cooperantes de la zona por considerarla como una ‘zona caliente’ para la práctica del secuestro o el atentado por parte de los Yihadistas. Hasta la fecha, ingnoramos si aquella determinación fue una excusa para seguir rebajando el presupuesto de la Agencia Española de Cooperación o una amenaza real.


Los saharauis nunca han recibido un mínimo abrazo de los diferentes gobiernos españoles por alianzas y acuerdos de cooperación con Marruecos. Escenario que lo bloquea todo. Que anestesia cualquier tentación de resolver el problema de la autodeterminación o reconocimiento oficial como pueblo. Pasa el tiempo y la desesperación crece porque no se producen novedades sobre una realidad que se suponía era transitoria.

A día de hoy, Naciones Unidas reconoce al pueblo saharaui como “pueblo no autónomo”. Un insuficiente avance para las miles de personas de una provincia que fue abandonada, a su suerte, hace 40 años por España. Un ejemplo de negligencia política y humana no resuelta. Un problema que comenzó, a raíz de la Marcha Verde, cuando los saharauis fueron objeto de invasión, de intento de colonización por parte del país vecino, y no encontraron una respuesta que repeliera tal agresión.

Es cierto que esta acción militar de Marruecos no cuenta con un reconocimiento pero sí con un impresentable consentimiento de la comunidad internacional. Prueba de ello es el visible muro de la vergüenza en medio del desierto: custodiado por un fuerte cordón militar y rodeado por una plaga de minas antipersona convierte a ese lugar en una cárcel asentada sobre la arena. A miles de seres humanos en prisioneros de una guerra silenciosa. A inocentes en culpables. A una flagrante injusticia en un mal necesario para mantener un equilibrio en las relaciones diplomáticas a un lado y otro del Mar Mediterráneo.

Y, como suele ser habitual, los problemas no vienen solos. Desde hace unos días, las fuerzas de la naturaleza se cebaron con este vulnerable pueblo: la alta pluviosidad generó unas destructivas riadas que hicieron polvo escuelas, colegios y jaimas. Nada fue capaz de mantenerse en pie y resistir el paso del agua.

Esta nueva desgracia ya computa un registro de 90.000 personas damnificadas. Algunas logran comer dos barras de pan al día, otras nada. Agua, medicinas, alimentos y mantas son los enseres prioritarios para paliar los efectos de una climatología cruel. Y la respuesta del gobierno de España sigue siendo muy fiel al inaceptable estilo de estas últimas cuatro décadas: delega su aportación de Ayuda de Emergencia al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En definitiva, que otros resuelvan una papeleta y evitar así salir en una comprometida foto con el pueblo saharaui para evitar fricciones innecesarias con el reino de Marruecos.

Una nueva demostración de la nula solidaridad española con quienes, guste o no, son hijos de un Estado diagnosticado de amnesia crónica con la existencia del Sáhara.

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