Refugiados en los planes de futuro

«Cada día, morían un centenar de personas aquí», reconoce con mucho pesar Hanaa, quien revive la crudeza de lo que ahora ocurre al otro lado de la frontera al recordar lo sucedido en este lugar del Líbano, años atrás. Se encuentra una fábrica de procesamiento de cebolla abandonada en el Valle de Bekaa. Todavía, son perceptibles las consecuencias del conflicto bélico que protagonizó Israel en el pasado. De aquel intento de invasión quedó un triste legado de muerte y destrucción.

Hanaa llora por dentro cuando se refiere a sus raíces enterradas en Siria. Donde hace varios años las bombas y los cruces de disparos eran impensables. Un país que, por aquel entonces, acogió a numerosas personas que huían del Líbano por cuestiones humanitarias. A día de hoy la situación es a la inversa. Los sirios necesitan de la solidaridad de los libaneses.

Deficiente situación de los Derechos Humanos en Siria

Mohammed y Hanaa llegaron el año pasado de Raqaa (Siria). Él había estado estudiando Ciencias Sociales en la Universidad de Alepo. Ella tenía planes de convertirse en profesora de historia después de terminar sus estudios en la misma Universidad. «Ni lo uno, ni lo otro». Ambos se han visto obligados a buscar un refugio expulsados de su propia realidad. Partir de cero. Rehacer los planes parece haberse convertido en la única alternativa para esta joven pareja.

De momento, el futuro inmediato pasa por vivir como refugiados a la espera de que todo termine algún día. El proyecto profesional y familiar deberá aplazarse hasta que las condiciones regalen un mínimo de generosidad: la resignación y paciencia son la única posibilidad para seguir manteniendo presente la esperanza de regresar a Siria con la ilusión de abrir la puerta al constructivo conocimiento para cerrar la del destructivo fuego cruzado.

¿Qué puede cambiar el mundo?

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Las decisiones importantes parece que son un campo solo abonado para mentes adultas que expropian parcelas de futuro de las nuevas generaciones. En muy pocas ocasiones se ha agacha la oreja para escuchar las inquietudes de niños y adolescentes sobre el mundo que desean recibir y gestionar.

Son muy pocas las veces que un mandatario es permeable a las peticiones más basicas de un menor. La legislación internacional de los Derechos de la Infancia está elaborada por los mayores que dirigen los destinos del planeta en organismos y asambleas como las que se celebran en la ONU. Es cierto que resulta necesaria la aportación y participación de los adultos para una serie de cometidos políticos y administrativos.  Ahora bien, esto no puede ser sinónimo de usurpación de espacios, por norma. Una realidad que acontece con mayor frecuencia de la deseada.

Es decir, mayores decidiendo por los pequeños que sienten como son tenidos en cuenta solo para justificar determinadas acciones. Ocurre lo mismo con las leyes de género: en la mayor parte, son hombres quienes redactan y debaten dichas leyes en un parlamento. Toda una contradicción. Y los hechos son muy tozudos: ¿cuántos niños padecen pobreza?, ¿por qué los recursos educativos no llegan a todos?, ¿quienes son los principales perjudicados en los conflictos bélicos? Algunos ejemplos que obtienen siempre una respuesta indeseable.

Se habla y predica de un futuro para las generaciones venideras que nunca llegará. Se insiste en construir desde un base no cimentada por educación, salud y protección social. Mas bien, todo lo contrario. La reacción suele ser tardía cuando el problema ya es irreversible. Y, en la mayoria de los casos, un lápiz,  tal y como divulga Malala, actual premio Nobel de la Paz 2014: «un pupitre y un libro hubiesen sido elementos suficientes para provocar cambios sociales en diferentes culturas y contextos del mundo».

Al corro de la ‘patata’ entre las balas

Niños jugando en las calles de una ciudad en Siria

Algunas cosas duelen, y mucho. Como ser humano, comprobar que se aprende poco de los errores del pasado genera la fabricación de la química básica para sentir impotencia y tristeza en el alma. Ya sabemos (esto no es nuevo) que las guerras no conducen a nada bueno. Solo logran destrucción, drama y dolor. Una clásica conclusión que no ha evolucionado con el paso del tiempo: las armas fueron, son  y serán letales para resolver diferencias, por muy grandes que estas sean.
Aún así, el conflicto de Siria deja, en su haber, una gran cantidad de perdidas superior a las 150.000 vidas. Insoportable cifra; inasumible para la ética de la comunidad internacional que dice “que quiere pero no puede” desactivar una verdadera guerra civil.
Entretanto, millares de familias buscan las fronteras del Líbano o Irak para evadir el peligro de las balas y las bombas. Niños, mujeres y ancianos se han convertido en parte de los objetivos militares sin salir de casa. Lo más importante no parece ser las personas y sus necesidades. Para nada. Esos denominados daños colaterales solo forman parte de la estrategia militar de un bando y otro. Algo no deseado pero inevitable. Luego, a modo de consuelo, ya llegará el lamento oficial para quienes sufrieron una perdida irreparable. Pero, ¿cómo se compensa tal daño?
Y los que logran subsistir comprueban como los alimentos ya no llegan a las despensas de las pocas casas que todavía quedan en píe. Escasea todo, favoreciendo que el hambre y la sed se apoderen de la vida de los civiles; quienes, cada día, suplican la paralización de una sinrazón. De una realidad minada de muerte a un éxodo forzado. Este temible escenario ha generado un pasillo humano de personas sin rumbo. Sin saber que pasará a la mañana siguiente. Con una inquietante duda: ¿Si resulta más recomendable quedarse o marcharse?
Pese a todo. En una pequeña callejuela de la ciudad de Aleppo, cuatro niñas logran imprimir una alegría inusual, extraordinaria, dado el contexto. Ajenas a todos los interrogantes y amenazas. Al margen de las infructuosas gestiones de la diplomacia internacional y los diversos mediadores de la ONU, forman un corro infantil que logra disfrazar, de alegría momentánea, la escombrera humana en la que se han convertido las condiciones de vida de los sirios.

Deshumanizados desde el medievo

De noche y de día. La hora y la fecha no tienen relevancia para quienes deciden dar el paso de saltar una ‘miserable’ valla metálica, repleta de desafiantes elementos punzantes que suelen dejar secuelas físicas al pasar de una realidad a otra.

La creación y mantenimiento de un sistema basado en las fronteras no hace más que acentuar las desigualdades entre una zona y otra. Y no cabe duda que la libre circulación es una utopía inalcanzable entre países limítrofes de Europa y África, entre otros.

Desayunar, comer o cenar con la noticia del intento de salvar la valla de Melilla por parte de cien o doscientos seres humanos, atrapados en el monte Guru Gú ante el férreo cerco dispuesto por la policía marroquí, se ha convertido en todo un clásico informativo. Apenas logra ya conmover a los espectadores por la continua repetición de la escena.

Inmigración en la valla de Melilla
Diversos objetos personales quedan atrapados en la valla en cada salto

Algunos pensamos que la falta de unas políticas de cooperación al desarrollo eficientes traen como fruto una avalancha tras otra de personas embargadas por la desesperación más absoluta. Pero, desgraciadamente, sentimos el frío de la soledad al reflexionar de esa manera.

Buscar una oportunidad es cuestión de vida o muerte. No queda otra opción que jugársela a una carta. En situaciones de esta naturaleza no cabe decir aquello de «siempre se puede ir a peor, por qué ya residimos en lo peor».

Inseguridad humana, social, cultural, jurídica, administrativa, sanitaria, económica conviven con miles de inmigrantes procedentes del África Negra o Magreb: Nigeria, Camerún, Congo, Senegal, Mali, Marruecos, etc. Desde estas distantes sociedades llegan a orillas del estrecho con la expectativa de cruzar en barco, a nado o saltando una fría valla sin necesidad de salvar litros y litros de agua salada.

Melilla (España) y Beni Enzar (Marruecos) no es más que uno de tantos ejemplos de lo absurdo que supone construir y mantener una frontera con todas sus restrictivas e inhumanas características.

Intentar salvaguardar los intereses y la identidad cultural, social y económica de un pueblo no puede defenderse con una mera fortificación de metal y un intenso cordón policial. Por cierto, ¡un estilo muy utilizado por los estrategas militares desde el medievo!

Las causas de las migraciones forman parte de la historia de la humanidad. El nomadismo fue una modelo de vida con el único objetivo de garantizar la existencia de una comunidad o pueblo: Alimentación, agua, seguridad o un clima moderado para vivir motivaban dichos desplazamientos.

Pese a todo, las cosas no parecen haber cambiado en exceso desde entonces. Los desplazamientos masivos, las guerras, los saqueos, la explotación o mala distribución de los recursos siguen originando contextos de pobreza, inmundicia e injusticia entre unos y otros.

Ya bien sea separados por un mar agua o una aduana militarizada, la desequilibrada balanza de las oportunidades persiste en prevalecer en el mismo estado de siglos atrás a pesar de un presunto desarrollo que no acaba de llegar a todos los rincones del planeta en las mejores condiciones.

Objetores de la insolidaridad

La cartilla de inmigrante ya no incluye una atención sanitaria básica sustentada con medios públicos. Este gran mordisco a la supuesta universalidad del sistema recibe la comprensión y admisión de aquellos/as que justifican todo en una crisis que ha puesto al descubierto la extremada delgadez de ciertos valores sociales.

La expulsión o deportación del territorio de seres humanos, con o sin familia, es una escena que algunos estómagos son capaces de digerir como si se tratase de una suculenta cena de verano… Las últimas medidas en política social y sanitaria del gobierno español caminan, con un inesperado ánimo nacionalista, hacia la segregación de dos mundos: “El que puede y no puede pedir cita gratuita para una revisión por una posible amenaza para su salud”.

Curación o tratamiento de una dolencia que, a día de hoy, solo ha quedado a expensas de poseer una bonita combinación de números plasmados en un pasaporte o DNI. Y, en el mejor de los casos, la existencia de un contrato laboral se convierte en ese mágico salvoconducto que conduce a la consulta del médico.

Sin embargo, la negativa llega cuando se carece de alguno de estos tres aspectos mencionados… Una problemática convertida en un maquiavélico mecanismo disuasorio contra los temidos “efecto llamada”.

Una vocación inquebrantable de la solidaridad sanitaria que, poco a poco, se evapora como el buen sueño irrecuperable. “No habrá atención para los inmigrantes que no tengan regularizada la situación en el país”. Con esta serie de declaraciones, la ministra de sanidad da por rotas unas óptimas relaciones con los que decidían probar suerte a miles de kilómetros de sus profundas raíces.

Más bien, la medida parece que carga contra el eslabón más débil de la cadena. Nada o casi nada se dice de los ciudadanos comunitarios que se beneficiaron del denominado ‘Turismo Sanitario’, fomentando la inviabilidad del sistema público español. En esta habitual práctica es donde realmente reside el mayor abuso que ahora pagaran todos: Inmigrantes y Extranjeros responsables con los hospitalarios recursos de la tierra que los acogió en algún momento.

Dada esta disyuntiva, el colectivo médico ha anunciado su pretensión de ejercer la profesión desde una perspectiva humana, que no política. Por ello, más de un millar de profesionales secundan la posibilidad de respaldar en sus consultas la brillante iniciativa de la  Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria. La campaña organizada bajo el lema “Atendemos a personas, no asegurados” parece estar calando muy hondo en todos los rincones de los centros de salud.

Tanto es así que, por el momento, más de mil facultativos han confirmado su disposición de omitir la normativa administrativa acogiéndose a la objeción de conciencia contra una regulada insolidaridad.