¿Te imaginas?

Refugiados en tiempos de Covid19

(Foto: MSF/Guillaume Binet)

Al despertar una mañana, Lamía no tenía la más mínima sospecha de que todo cambiaría de forma irreversible. La sombra de una inesperado un conflicto bélico, entre dos partes que dicen no entenderse con el objetivo de ganar dinero en el suculento negocio de la guerra, está a punto de estallar. Corría el año 2011 en un país que con el paso del tiempos y las continuas operaciones militares acabaría partido en varios pedazos.

Transcurrida casi una década la pacificación es uno de esos objetivos utópicos, inalcanzables. Al revisar el mapa se puede comprobar que la división del territorio está troceado hasta en siete partes. Gobierno, oposición, Estado Islámico, Ejército Árabe Sirio, entre otros, mueven el motor de la mayor industria de la muerte.

Hace años, Lamía y su familia (dos hijas y su madre) emprendieron un tortuoso camino buscando un escenario donde la paz sea una realidad presente y no futura. Hubo que andar kilómetros y kilómetros hasta alcanzar la costa. A partir de ahí, había que desafiar a las aguas del Mediterráneo Central, a bordo de una neumática, con rumbo a la Isla de Lesbos. Aquella travesía sería todo un baño de miedos e incertidumbres. Aunque, sin ser lo más habitual, la suerte se aliaría en esas interminables horas porque se dieron dos factores fundamentales: óptimas condiciones meteorológicas o una buena orientación para llegar al otro lado. Arribar a la orilla europea exigiría fé y mantener la cabeza fría durante el trayecto.

Una vez en tierras de Grecia, algo inesperado: los derechos humanos se diluyen con la misma facilidad que el azúcar en una taza de café. Primero uno, después otro y, al final, trasladados a un tercer campo de refugiados, Lamía y su familia experimentaría la fatídica experiencia de herrar de asentamiento en asentamiento sin acceso a unos mínimos recursos para vivir: comer, higiene, salud, educación o seguridad.

ONGs Humanitarias

Ninguno de los pilares básicos del bienestar se encuentran en lugares donde conviven entre dos y tres mil personas en condiciones de extrema pobreza. Olvidados por la política común europea y los países donde se ubican los campos sólo la labor de organizaciones como Médicos Sin Fronteras, ACNUR, Unicef o Cruz Roja permiten dar una leve esperanza a miles de personas que huyeron de la violencia y la guerra para acabar residiendo en un escenario igual o peor.

Una gran mayoría afrontan los días, sumergidos en la injusticia social y humana, sin obtener el reconocimiento legal y el amparo institucional necesario. Porque, en el universo de los refugiados, también existen clases: a unos pocos afortunados les sonríe el artículo 1.A.2 de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951  (logrando una resolución favorable a su solicitud) mientras que a miles de personas una gran mayoría le da la espalda y las convierte en seres invisibles.

Sirios, Palestinos, Saharuis, Congoleños, Somalíes, Nigerianos responden a algunos de los ejemplos de seres humanos que padecen el desplazamiento forzado de sus raíces de origen. Y, en estos tiempos de Covid19, las condiciones en los campos de acogida se han agravado, aún más, ante la carencia de toda clase de medios y sin apenas recursos sanitarios para afrontar los efectos de una desconocida enfermedad que amenaza con extenderse por el improvisado asentamiento, con el mismo descontrol que en el resto del mundo.

Lamia y su familia llegaron, desde Siria a Europa, en el año 2015. Atrapada en medio de una realidad indeseada cada amanecer respira hondo, muy hondo, en busca del suficiente oxígeno que le permita mantener la esperanza de encontrar unas nuevas coordenadas para variar el rumbo de sus vidas. Ese mismo que, una mañana en Alepo, acabó por convertir a Lamía y los suyos en anónimos refugiados.

¿Te imaginas que eres uno de los 79 millones de seres humanos forzado a vivir como desplazado o refugiado?

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(Entrevista a Raquel González, relaciones externas de Médicos Sin Fronteras, en el programa Contraparte, en Onda Cero)

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