Insolidaridad en tiempos de Covid19
(Foto: Unicef)
Seguimos a la espera de que la igualdad, en estos tiempos de pandemia, regale algún avance creíble y certero. Se mencionó, no en pocas ocasiones, el concepto universal. Un término que, en ese relato, iba ligado a otra palabra de relevancia: vacuna. Así, desde diferentes instituciones, estamentos y Estados se garantizó que la llegada de la vacuna contra la Covid19 sería universal. Pero, más lejos de la realidad.
El ritmo de inmunidad de países con menos recursos o empobrecidos registra velocidades inapreciables por una evidente falta de distribución y acceso.
Cuando todo esto empezó, reiteradamente, se aseguró que saldríamos mejores al final de la pandemia, con la empatía más agudizada y con una percepción más profunda de la solidaridad. Y nada de eso parece estar ocurriendo porque organizaciones no gubernamentales, caso de Amnistía Internacional, ya denuncian la codicia de varios países con economías desarrolladas por hacer un acopio desmedido de dosis de vacuna (Canada, Francia, Reino Unido) y desabastecer el mercado, perjudicando así a otras sociedades en la gestión de la obtención de la vacuna.
Derecho a la salud
El acceso a la salud no es una opción. Forma parte de uno de los derechos humanos más básicos y fundamentales. No hay excusa alguna para negarse a ello. De esta manera, administrar la vacuna asegura una óptima salud y, por tanto, garantiza la vida. La negativa o hacer caso omiso a una obligación de este nivel tiene una calificación y en lenguaje jurídico unas consecuencias penales. ¡Claro! Eso siempre y cuando se haga justicia. Que no parece, de momento, que sea el caso.
Porque será que no nos sorprende este nivel de pobreza e insolidaridad ante el reto de un #pinchazojusto