La posibilidad de un alto fuego en territorio Sirio ya llega tarde. El número de víctimas registradas en los cruentos combates o en las endiabladas travesías como refugiados, a estas alturas, transcurridos cinco años, no concede espacio para la alegría. Es cierto que (de ser cierto) haría renacer las esperanzas de futuro para quienes decidieron quedarse, en medio de las balas, pero también para aquellos que tomaron el rumbo de una insolidaria Europa; jugándose la vida a una carta, lanzando una moneda al aire o, simplemente, formando parte de una peligrosa rueda de la fortuna.
Tras todo lo sucedido, el anuncio del hipotético cese de las hostilidades sólo alimenta penosos recuerdos, atrapados entre bombardeo y bombardeo, en los que perecieron miles de personas que atesoraban sanas intenciones por construir y no destruir un país. Al revisar la relación de bajas, la desgracia se ceba con niños, mujeres o ancianos. Seres humanos perdidos en el laberinto de la guerra. Sin una oportunidad. Sin una mínima salida alternativa.
Pero, ante tantas pérdidas, deseo detenerme en un entrañable payaso. En un animador infantil de calle. En un joven, de 24 años de edad, que buscó la complicidad de los niños hasta que una bomba se encargó de detener sus constantes vitales. Anas al Basha, director del centro del grupo civil Espacio de Esperanza, fue siempre más conocido como ‘el payaso de Aleppo’.
Se negó a salir de un escenario del que sabía que era un claro objetivo militar aunque lo negó a base de valentía. Lo hizo con la generosa finalidad de regalar sonrisas y repartir juguetes a los niños. Demostró una fidelidad desmedida al compromiso y una lealtad infinita a su solidaria vocación, entregando la vida por una causa colectiva. Bajo ningún concepto detuvo su pacífica misión. Hasta que uno de los tantos bombardeos extinguieron su risueño presente a cambio de un pasado triste y oscuro para los centenares de niños a los que provocó una especie de amnesia temporal de la realidad a través del juego y una desbordante imaginación.
Desde el anonimato, como le sucede a muchos activistas y cooperantes en terreno, Anas deja un legado de sonrisas, alegría y felicidad; y un ejército de admiradores, a nivel global, que ya han decidido habilitar un merecido epitafio en la memoria dedicado al Payaso más querido de Alepo (Siria): «Que allí donde esté encuentre la verdadera paz».