Ya no hay campos de refugiados mediáticos. Han borrado la imagen en nuestras televisiones. Los informativos de la pequeña pantalla han apagado el foco en aquellos lugares en los que la tragedia humana enseñaba los dientes a diario. La decisión del gobierno griego, un ejecutivo de políticas de izquierdas, ha atendido las recomendaciones de Bruselas, de la Unión Europea. No se podrá decir que no ha sido obediente.
Desde hace unas semanas, el campo de Idomeni es pasado. Se ha convertido en una triste y lamentable historia humana que el paso del tiempo acabará difuminando. La nitidez de las imágenes que, todos los ciudadanos europeos contemplábamos atónitos, han comenzado a tener unos matices borrosos en la memoria colectiva. Y poco a poco, el plan va funcionando a las mil maravillas: retirados los periodistas, los cooperantes y los refugiados el problema ha quedado invisibilizado. “Hasta la próxima”.
La estrategia ideada, a raíz del inicio de la guerra en Siria y la llegada de personas a las costas europeas, va obteniendo los resultados deseados para la política sin escrúpulos. Para los parlamentos que secuestran a los derechos humanos en libros de sesiones con bonitas declaraciones. Pero, a la hora de verdad, dan la espalda a quienes ruegan una segunda oportunidad. Una muestra evidente de que una cosa es la teoría y otra, bien distinta, es la práctica. Y, en el caso de Europa, las resoluciones de Naciones Unidas, en lo relacionado con Ayuda y Asilo en materia de refugiados, son tan solo frases que componen artículos sin cabida en la política de la Unión. Aunque, muy aprovechables para incluir en los libros de texto de los colegios.
Ha quedado claro que durante todo este tiempo de crisis de los refugiados se ha hablado (y mucho) de cupos, de declaraciones asilo y, por supuesto, de euros. Es decir, de números y no de personas. Quizás, aquí resida el principal problema de base.