Error imperdonable

El cambio climático no se detiene

(Foto: ONU/Manuel Elias)

Seguimos creyendo que los recursos son ilimitados. Tenemos la convicción de que las cosas no son finitas. Consideramos que la tierra es ese lugar donde residimos y podemos adaptar a nuestro antojo, en función de nuestras necesidades y caprichos. Así somos. Así nos comportamos. En algunas ocasiones, la prepotencia se convierte en la bandera preferida. En otras, suena con fuerza el himno de la indiferencia ante el requisito de respetar un tácito acuerdo adquirido, al llegar, de preservar el planeta: “debíamos entregarlo en condiciones similares a como fue recibido”. Pero, no cumpliremos. De eso sí estamos más que seguros. Insistimos en ello cada día con nocivas y lesivas acciones para la buena salud del medio ambiente.

Somos tan miopes que tenemos el convencimiento de residir en un lugar que nos pertenece y no al que pertenecemos. En el que los derechos se cuentan por miles y las obligaciones se omiten una y otra vez. Y eso sucede porque, durante estas últimas décadas, hemos agudizado el sentido de la propiedad. A tal nivel, que la percepción de que somos dueños de algo que ha sido prestado crece de manera desproporcionada. Tanto que tratamos, con persistencia, de adaptar el medio a nosotros y nos negamos a integrarnos en el mismo. Y hemos insistido tanto hasta alcanzar un indeseado resultado denominado Cambio Climático.

Consecuencias

Este pasado 2019 se ha celebrado la principal cumbre del clima de Naciones Unidas en Madrid: la Cop25 ha reunido a delegaciones de casi doscientos países del mundo. Personas con un poder de decisión determinante. Con capacidad para cambiar las cosas y revertir la actual situación. Sin embargo, enfrente se situó la sombra de la vieja guardia del modelo energético: Estados Unidos, Brasil, Arabia Saudí o Rusia fueron algunos de los ausentes. Cuatro grandes motores que se niegan a traspasar el umbral que separa un siglo de otro. Se trata de un pulso por mantener intacto un rico negocio, basado en seguir quemando combustibles fósiles, sea cual sea la consecuencia final.

Así, se evidenció una lucha generacional, una pugna entre vivir en el pasado o hacerlo en el futuro. Finalmente, se llegó a un acuerdo de mínimos que impone la exigencia de trabajar en estrategias para limitar el calentamiento global en 1,5 grados. Es decir, hay que invertir esfuerzos para evitar superar este incremento térmico. Aunque, la necesidad sea otra bien distinta porque urge adoptar medidas que congelen la actual tendencia y prevengan escenarios de sequía, desertización, pérdida de biodiversidad, extinción de especies o eventos meteorológicos extremos. Unos efectos que, de producirse, tendrían serio impacto en los desplazamientos y en las migraciones que sometería a algunas zonas y regiones a una presión humana insoportable por la necesidad de encontrar contextos donde existan garantías de acceso al agua y alimentos.

De no reaccionar en serio, con decisiones valientes y eficientes, las consecuencias de la pobreza puede registrar niveles nunca conocidos. Y lo queramos o no ese es, de momento, el legado envenenado que estamos cocinando a fuego lento para nuestros hijos. Enfriar el calentamiento depende de nuestra voluntad y compromiso. De remover conciencias y buscar las claves del cambio en la calle. Porque relajarnos y confiar en que las soluciones nos esperan en los despachos de la política sería un error imperdonable.

¡Y el tiempo pasa!

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