Oscar a la sensibilización social

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La dura realidad de los más pequeños y pequeñas, que acaban siendo captados para las milicias o ejércitos, ha llegado a adquirir una trascendencia inimaginable. La entrega de los premios cinematográficos de los Oscars contemplan el cortometraje “Aquel no era yo”, escrito y dirigido por el español Esteban Crespo,  como una de las producciones de referencia en la gran pantalla.

En el proyecto, el autor y director no ha estado solo. Todo lo contrario. Las organizaciones Aboal, Amnistía Internacional, Save the Children o Entreculturas se han convertido en los principales avales de este montaje audiovisual. Inmersos en el continente africano, en países como Sierra Leona, encontramos una ruda situación para el desarrollo personal de las futuras generaciones.

Paula y Kaney son dos personajes -un niño soldado africano y una mujer española- que podrían no tener nada en común pero que llegarán a unir sus vidas irremediablemente a través de un disparo. En un puesto fronterizo, Paula y Kaney se encuentran y ése será el punto de partida de una dramática historia, en un escenario de miedo, v iolencia, y redención.

Una vez captados la salida no parece fácil. En ello trabajan las ONG’s que persiguen el objetivo de prevenir antes que lamentar. Aunque, en muchas ocasiones, se ven obligadas a paliar los efectos de los niños y niñas que ya ha empuñado un fusil, sin saber muy bien por qué.

Aterrizar y pisar la alfombra  del Teatro Kodak, ubicado en Hollywood, en el ecuador de Los Ángeles, California, se ha convertido en una verdadera hazaña para quienes creen firmemente en la denuncia de las injusticias y la vulneración de los derechos humanos.

Aquí y ahora lo tenemos muy claro a la hora de emitir nuestro modesto voto: Oscar para la sensibilización social.

El orfanato del VIH

 

El pequeño no sabía por qué ya no estaban sus padres pero sufría las consecuencias de un virus letal. Su grado de incomprensión le despertaba, por primera vez, alguna sensación muy parecida a la ira. De la impotencia volaba con destino a una especie de odio vital sin poder evitarlo.

Sus tíos y hermanos mayores trataban de consolarle con numerosas explicaciones, lógicas, que se hacían insuficientes. Aquella minúscula mente de ocho años solo repetía que su padre y madre hacia unas semanas estaban en casa con él. De vez en cuando miraba hacia el cielo con el deseo de ver o hablar con alguno de ellos sin encontrar un mínimo sosiego a un profundo dolor. Se mostraba incapaz de dominar aquel sentimiento que mezclaba en el mismo cóctel: tristeza, rabia y melancolía.

No son pocos los niños que han experimentado los sufrimientos de la vida por el endemoniado Virus de la InmunoDeficiencia Humana. En su mayoría, el destino les conduce a un hogar llamado orfanato. Si la familia carece de los recursos fundamentales para tutelar al niño o niña, un hospicio acabará siendo el lugar elegido para los próximos años de vida.

Zairo temía que su entorno familiar no pudiese asumir la responsabilidad de hacerse cargo de él. En muchos países de África, la cultura obliga a los cabeza de familia a responder por los suyos, sin excepciones. En caso contrario la condena social se convertiría en una pena insoportable.

El pequeño rezaba todas las noches por sus padres y, hacia un pequeño inciso, por su futuro personal. Lo hacia con intensidad, como si le fuese la vida en ello. De hecho, le iba. Pensar en vivir alejado de su aldea se había convertido en una tortura. Cada mañana buscaba la manera de ser útil para sus tíos. Solía madrugar para ir a buscar agua al regato que se encontraba ubicado a varios kilómetros de distancia.

Por las tardes, ayudaba a su tía y primos en las labores de organización de la casa. Con tan solo ocho años había entendido, a la perfección, la necesidad de refugiarse en las responsabilidades para sobrevivir.
En una pequeña aldea del Congo, hacía meses que no llovía y desesperación por el progreso de algunos frutos cultivados desesperaba a su tío y al resto de campesinos de la zona. Sin agua no hay nada. Y, en casa, había una boca más que alimentar.

Mientras tanto, el VIH seguía afectando a más personas de aquel recóndito lugar. En las últimas semanas, uno de los populares comerciantes del pueblo había empeorado a causa de las enfermedades oportunistas. Hace años que había sido diagnosticado. Pero, nada más. Se despreocupó de tomar un mínimo tratamiento que a veces llega, con cuenta gotas, gracias a la cooperación internacional.
El resto de compañeros dejan su espacio sin ocupar en señal de respeto. Una de esas ejemplares leyes que nunca pasaran por un Parlamento. Sin embargo, nadie se atreve a vulnerar, sea cual sea el motivo.

En la aldea de Luvungi, uno de los lugares más inseguros en el año 2010 para las mujeres, donde se produjeron numerosas violaciones sexuales que obligaron a Naciones Unidas a denunciar una preocupante situación, todavía cohabita con la virulenta amenaza de un extendido problema de salud pública como el SIDA. Y, a diferencia de otros países del entorno, la reducción por contagio ha sido muy deficiente a pesar de los esfuerzos empleados.

Según las últimas investigaciones de Save The Children, en el mundo, existen más de 16,6 millones de niños y niñas que se han quedado huérfanos a causa de esta enfermedad. Entre ellos, se encuentra el caso del pequeño Zairo que implora, con ímpetu, por no acabar en un frío e impersonal lugar que le recordará cada mañana, tarde y noche que le llevo hasta allí.

Pese a la adversidad, el compromiso familiar no es otro que conceder una nimia oportunidad al pequeño huérfano y sus hermanos.  Solo el futuro tiene esa exclusiva capacidad de regalar esperanza para el final de esta historia humana.

Entre números y letras

Relato de dos hermanos que, cada mañana, abrían los libros imaginarios para repasar las cinco vocales del abecedario, o como se suman o restan los números. Tierna postal diaria que tenía lugar en una modesta casa de la ciudad de Bata (Guinea Ecuatorial) .

Esta hermosa historia ha sido publicada, íntegramente, en el blog 3500 Millones (El País)

Aquí tienes el enlace para leer el post completo – Entre números y letras

Las hojas del ‘condenado’ calendario

Fue un encargo por vía remota. Los responsables de la IV Convención Anual de la ONGD Agareso se lo solicitan al director del centro penitenciario y éste, a su vez, acaba delegando, dicha  petición, en uno de los educadores sociales de los módulos más ejemplares del Centro Penitenciario de A Lama (Pontevedra).

Todo se decidió sobre la mesa de una sala de juntas de la prisión, aunque se acabo resolviendo en un espacio dominado por la creatividad y denominado: ‘Taller Ocupacional’. En lugares como estos, somos capaces de grabar en la retina privilegiadas ilustraciones de los diferentes senderos de los que se compone la reinsercción. En este caso, gracias a disciplinas como la marquetería, dibujo, escultura, peluquería, informática, entre otras, un interno o interna ‘prospera adecuadamente’ hacia la puerta de salida.

Creación del autor Miguel Ángel

Ingresar en uno de los módulos, que albergan este tipo de programas, es tener la oportunidad de tropezar con las bases de la reconstrucción social e individual de una persona. Muchos de los errores cometidos se pagan con largas condenas que privan de la tan apreciada libertad por un periodo de años irrecuperables. Tal precio debe tener una mínima recompensa.

Por eso, en tan solo treinta o cuarenta minutos, es posible derribar muros revestidos con el cemento de los tópicos carcelarios, donde el tatuaje en el musculado biceps o la violencia de muy diversa manifestación quedan desplazados de la rutina diaria. Es cierto aquello de que, en muchas ocasiones, «el cine no le ha hecho un buen favor a los sistemas y programas aplicados desde las Instituciones Penitenciarias«.

El encargo de ese cartel se transformó en la incuestionable demostración de la capacidad de recuperar a personas que esconde un proyecto de reinsercción en el actual sistema. No es fácil tener credo en esta tecnificada modalidad del Trabajo Social, especialmente, por que somos seres humanos: «Haber provocado un daño personal, moral o material disminuye, por norma, la capacidad de perdonar o conceder una segunda oportunidad».

Dos semanas de trabajo fueron suficientes para Miguel Ángel (La casualidad homónima ha querido imponerse). No hizo falta más tiempo. Diez mañanas y nueve tardes marcaron el nacimiento de una imágen cargada de valores, mensajes, estilos e información útil para indicar que los días 22 y 23 de octubre de 2011 son las fechas elegidas para la celebración del encuentro anual de la ONGD Agareso. En esta edición, el programa de intervenciones de reputados periodistas, autoridades y actores sociales se desarrollará en el centro mutiusos de la penitenciaria, construido por internos/as que participaron un pionero taller de empleo.

A un centenar de metros de este lugar, una original composición logra ser plasmada con la técnica del relieve en una especie de papiro en pleno siglo XXI. Dos manos cargadas de destreza muestran la cara más real de la rehabilitación social. Una mente capacitada cocina a fuego lento el regreso al estado de libertad.

A la espera de que llegue ese anisado momento, una fina cartelería, repleta de valores y elementos propios de la Comunicación para el Desarrollo, anuncia nuevos tiempos para un permeable Sistema Penitenciario. Un ejemplo de ello pasa por acoger, en esta nueva experiencia, a más de medio centenar de personas interesadas por la convivencia y organización intramuros durante unas jornadas de fin de semana.

Mientras, el autor sigue y seguirá trazando líneas o coloreando dibujos sobre nuevos y finos carteles como la mejor medicina para arrancar, cada mañana, las hojas del ‘condenado’ calendario.