Pasar por un proceso depresivo o padecer una enfermedad psiquiátrica o psicológica es otra de las formas de discriminación social que acaban por abocar a la persona a la máxima expresión de la pobreza. Son muchos los que entiende que esta situación solo se da cuando las carencias pasan por un plato, un vaso o un techo. ¡Para nada! El vestuario de la pobreza tiene decenas de opciones y complementos en un interminable fondo de armario. Lamentablemente, la difusión de la recurrente imagen mediática de seres humanos, de diferentes edades, desnutridos ha alimentado la idea de que “el pobre es aquel que no tiene para comer”. Y como se puede intuir eso no se corresponde con la aplastante realidad. Se trata de otro de los tantos errores de concepto que provocan una especie de anestesia colectiva que evitan profundizar en esta serie de problemas.
Depende de quien narre el cuento
Los grandes olvidados no parece que vayan a ser rescatados de la actual oscuridad informativa. Desde el desmantelamiento del campo de refugiados de Idomeni la situación ha variado de forma sustantiva: la realidad de las personas que huyen de la guerra y la pobreza ha pasado del primer plano a ser unas verdaderas desconocidas. Es cuestión de apagar el foco informativo para que el problema desaparezca de escena y así despreocuparse de elaborar una posible solución.
Tres en raya
El recibidor de Europa
Europa recibe a los refugiados sirios con una indiferencia hiriente, reprobable y absurda. Una y mil imágenes acaban demostrando la desgraciada fórmula de bienvenida a quienes huyen, desesperados, de una interminable guerra.
¿Qué más tiene que pasar?
La comparecencia dejó perplejos a todas y todos los asistentes al acto público. Se trataba de un representante del gobierno central hablando de un caso de Violencia Machista en la provincia de Pontevedra. Al referirse al tema, emergió un discurso decimonónico y rancio que definía el actual papel de la mujer como “un ser vulnerable e indefenso”. Desde ese momento, el frío viento intelectual comenzó a soplar con una intensidad imprevista. Una profunda borrasca irrumpió por uno de los pasillos de aquel organismo oficial con una torrencial lluvia cargada de términos atrasados; más próximos a la compasión que al compromiso social contra uno de los principales problemas en España. Los gatillazos verbales no cesaban de sonar. Micrófonos abiertos y grabadoras encendidas con una repetida tentación de apagarse. Con el deseo de no haber registrado nunca algo tan inapropiado. De borrarlo todo.
Efímera empatía con Alan Kurdi
El reguero de refugiados sirios no para de golpear en las costas europeas. Es un goteo incesante del que no se intuye un fin inmediato. Escenas que se repiten y se repiten. Una y otra vez. Sin descanso; para un Mar Mediterráneo que, hasta la fecha, desconoce cuantas personas han ahogado sus ilusiones en el crucero del drama, del desastre, de la insolidaridad. El cálculo se hace imposible: ¿cuántos seres humanos se encuentran ya sepultados entre millones de litros de agua salada? A día de hoy, una respuesta exacta es tan solo un flirteo con la especulación. Y, por salud mental, no parece recomendable conocer esa inclemente realidad. Poseer un dato de esa envergadura evidenciaría las miserias de una humanidad aletargada en su cómodo universo material. Podría significar una revolución, un silogismo con el que remover las turbias conciencias en las que todos escondemos una ineptitud inaceptable. Y eso parece que no le interesa, ni interesará, nunca a nadie.