Fue construida en la década de los años 40. En principio se destinó a privar de libertad a quienes vulneraban las leyes de la época. Pero, con la llegada del periodo de independencia y el gobierno de Macías, hubo una reorientación del uso del presidio para encarcelar a opositores políticos y aquellas personas que se situaban en la disidencia con el gobierno.
El criterio no ha cambiado desde entonces. Y lo peor es que este centro de reclusión sigue conservando la estructura, dimensiones y características de su diseño inicial. Pocas han sido las inversiones para mejorar las condiciones de las personas que se encuentran recluidas y buscar así el cumplimiento de los derechos humanos.
En el oscuro contexto mencionado todavía se encuentra el intelectual guienano Ramon Esono. Fue detenido cuando se encontraba en compañía de unos amigos españoles, en Malabo, el pasado 16 de septiembre de 2017. Ante los agentes se autodefinió como “activista y artivista”. Una de sus publicaciones artísticas, críticas con el dictador Teodoro Obiang, habría trazado el camino a la prisión. Solo era cuestión de tiempo.
La novela gráfica ‘La Pesadilla de Obi’ se publicaría en dos idiomas: inglés y español. Uno en el año 2014 y otro en 2015, respectivamente. Este sería el detonante para que el gobierno guineano mantuviese un estrecho seguimiento sobre los pasos del dibujante. En la obra presentaba una perspectiva de su país como un lugar donde se violaban los derechos humanos, existían continuos abusos de poder, fraudes electorales, falta de libertad de expresión o una pésima repartición de la riqueza. Una crítica visión, personalizada en el presidente y su gobierno, que ha propiciado su detención y posterior encarcelamiento por una acusación inventada: falsificación y blanqueo de dinero.
Esono, en la actualidad, tenía establecida su residencia en El Salvador tras dejar atrás varios años viviendo en Paraguay. Había elegido Latinoamérica como refugio. Y no pasaría desapercibido. Desde el exterior, resultaban frecuentes sus críticas a la situación política y social de Guinea Ecuatorial. Principalmente, contra quienes llevan instalados en el poder más de tres décadas. Sus trabajos pasaron por importantes salas de exposiciones de África, Europa, Estados Unidos y América del Sur.
Su obligado regreso a Guinea se debió exclusivamente a la necesidad de renovar el pasaporte, una fecha de caducidad convertida en su peor enemigo. Y, de hecho, él no era ajeno a que podría ser detenido en cualquier momento, en cuanto pisase el país; como así ha sido.
Pronto superará el mes de privación de libertad en uno de los centros más temidos en el continente; donde la tortura, las agresiones y la falta de derechos suelen formar parte del menú diario. Colectivos como Autores de Cómic de España o Cartoonists Rights Network Cartoonists Rights Network International exigen la liberación inmediata del dibujante. La misma petición llega desde otras organizaciones de Derechos Humanos o desde el propio partido guineano: Convergencia para la Democracia Social.
El caso de Ramón Esono es, sin lugar a dudas, un nuevo atentado a los derechos fundamentales y humanos que no puede, ni debe, caer en el olvido por la habitual amnesia que produce el paso del tiempo. No sería una justa compensación para quien se ha comprometido con los cambios políticos y sociales de una sociedad que vive, desde hace décadas, a base de respiración asistida en medio de una dictadura que ya nadie osa a cuestionar. En un sistema convertido en una lamentable caricatura de si mismo, especializado en encarcelar a quien entona, escribe o dibuja una crítica. La prisión de Black Beach es una de las mejores evidencias de ello. #Esonolibre