El presente recibe la visita de un pasado con el que ya no contaba. Supervivientes de la denominada ‘generación perdida’ reivindican el mérito de haber sorteado todas las minas escondidas en el camino vital… Algunos que fueron seducidos por unas sustancias de toxicidad social incalculable, ahora, cuentan su historia con grandes dosis de arrepentimiento cuando la mirada se fija en lo ocurrido a lo largo de la década de los 80.
Si hubiesemos podido incluir aquella conversación en un programa de radio, habríamos elegido para su cierre una cultivada banda sonora del maestro Antonio Vega: ‘Se dejaba llevar por ti’. Nada más acertado que una lírica de desbordante realismo para ilustrar 60 minutos exclusivos.
Todo acontece en la IV Convención Anual de Agareso. En un amplio programa también se incluye el almuerzo en el módulo 9 de la prisión de A Lama (Pontevedra). La experiencia queda acotada y limitada, algo muy habitual en la vida penitenciaria, al comedor del mecionado módulo.
La cola de gente es más extraordinaria de lo habitual. La rutina pierde fuerza ese día. Solo una ranura en la parte inferior de aquel habitáculo, soportado por una robusta estructura de hierro y cristal, permite mantener un contacto físico con los internos encargados de servir la comida de ese sábado. El menú no perseguía la exquisitez o sofisticación en su composición.
Había que buscar un sitio vacio para sentarse a comer. En aquella mesa nos encontramos con dos veteranos de la vida carcelaria. La casualidad quiso que Carmén Avendaño, presidenta de la Fundación Erguete, mujer que plantó cara a los narcotraficantes gallegos hasta desenmascararlos, nos acompañase en aquel singular escenario. Parecía no ser ajeno para ella. Pronto, descurbiríamos porqué…
Las presentaciones fueron escuetas con los dos internos que ocupaban la zona más próxima al pasillo del comedor. La mesa y sillas habian sido ancladas al suelo. Uno de ellos comienza a romper el frio inicial: «¿Te puedo llamar tocayo?». A lo que se le responde con amabilidad: «Ningún problema, encantado de compartir nombre».
Poco a poco, descubren la realidad social y personal que les ha llevado a sumar décadas en prisión: La droga en sus diversas presentaciones y composiciones ha sido la causa prinicipal «de todo». Con lamento, Juan confiensa que «ya está bien. He montado demasiados lios a todo el mundo por las drogas».
Su mirada se torna triste y nostálgica. En sus explicaciones golpea la mesa con moderación. Intenta contener la impotencia, a pesar de las numerosas desgracias provocadas con sus delictivos actos.
El robo era su modo de vida hasta que el propio sistema logró neutralizarlo… La comisión de varios delitos se acabo transformado en una condena de 12 años privado de libertad. «Es mucho tiempo aquí dentro».
En una dialogo cruzado con Carmén Avendaño desvela que el VIH también buscó acomodo en su organismo. «Lo tengo controlado. La carga viral lleva muchos análisis indetectable». Es decir, es como tener el virus dormido o inactivo en el interior del cuerpo, gracias a las actuales terapias de abordaje de la enfermedad.
Desmiente lo que todos pensabamos y dabamos por sentado: «No me contagie con las jeringuillas. Fue en una relación con una chica». Esta confidencia sorprendió por la naturalidad empleada. El paso de los minutos van agotando las posibilidades de continuar conversando. Por ese lugar, habían pasado numersosas víctimas del tráfico de drogras de las décadas de los 80 y 90. Carmén confirma ese dato: «En este centro, han estado muchos y muchas que se drograban en nuestras calles. Hemos atendido a muchos jóvenes malheridos por el veneno de la droga».
Instantes antes de la despedida, preguntamos por el futuro. Juan aclara que su paternidad y compañera sentimental es prioritaria para rechacer su vida, una vez consiga recuperar la libertad. Con una sonrisa integrada en un duro semblante nos expresa, a punto de recobrar cada uno su camino: «Para vosotros, ha sido todo un reencuentro con la generación perdida. Gracias por este rato, ¡suerte en la vida!».
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