El grifo de la cooperación al desarrollo

Las nuevas generaciones y la conservación de los recursos naturales se convierten en los dos principales activos para garantizar un futuro preñado de esperanza.  Conceder un legado, marcado por acciones responsables, debe convertirse en una prioridad de la agenda colectiva. Dejar el planeta en mejores condiciones no puede quedarse en mero un reto, y sí en una obligación ineludible.

Desgraciadamente, el acceso al agua no es algo universal a pesar de la exigencia vital de proporcionar este bien natural sin limitaciones de ninguna clase. Resulta sorprendente que algunas mentes consideren que este asunto del compromiso no va con ellos. Y mientras se aprovechan de todas las posibilidades, con un estilo más parecido al de parásito que al de un humano, otras personas carecen de cualquier oportunidad de incorporar el agua corriente a su vida cotidiana.

El agua y la infancia como referencia

La conciencia, y voluntad son imprescindibles, casi insustituibles, aspectos para no atascarse en centenares de palabras bien conjuntadas que conformen una utópica teoría. Según datos de Naciones Unidas, Cerca de 1.200 millones de personas, casi una quinta parte de la población mundial, vive en áreas de escasez física de agua. Una cifra nada despreciable para las conciencias y sensibilidad de quienes abren, cada día, el grifo sin restricciones.

En estos últimos tiempos, las denostadas políticas de cooperación al desarrollo han sido objeto de recortes sin precedentes y campañas de desprestigio para justificar tales decisiones. La sociedad está cada vez más próxima al postulado de: «resolvamos antes los problemas de aquí que los de afuera». Un fragante error de perspectiva a medio o largo plazo porque los fenómenos migratorios seguirán creciendo y las realidades sociales se endurecerán tanto en casa como a nivel internacional. La experiencia recomienda no ponerse de perfil ante esta serie de cuestiones por su inevitable repercusión.

Cimentar el desarrollo del futuro se convierte, o así debería ser, en una estrategia inexcusable del presente. De lo contrario, las consecuencias sociales formarán parte de una irresponsabilidad global compartida.

Y a medida que el grifo de la solidaridad se va cerrando, poco a poco, otros seguimos convencidos en practicar un periodismo entregado a la lucha contra la pobreza, la denuncia de las desigualdades sociales o la defensa de los derechos humanos. Y hasta conseguirlo no detendremos la maquinaria marcada por una vocación aliada con el desarrollo.

El grifo de las oportunidades solo vierte para una minoría

El agua es un bien escaso para la gran mayoría de la población. Es un enunciado muy reiterado en el tiempo, pero obviado con frecuencia por los mandatarios del denominado concierto internacional. Aquellos que tiene la llave en la mano para abrir y cerrar el grifo de la igualdad de oportunidades.

En el asunto del suministro del líquido elemento volvemos a encontrar elevadas desigualdades, en función del contexto geográfico donde fijemos la mirada. Dada la urgencia del asunto, sería necesario elaborar un mapa en el que los esfuerzos de la cooperación al desarrollo eviten los problemas futuros.

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El cambio climático es una realidad, por mucho que se empeñen en provocar una ceguera global para continuar con impunidad y sin cambios incómodos para los que tiene un credo inalterable en desarrollarse a base de asfixiar los recursos del planeta. En el inventario de bienes en riesgo de sufrir una sequía sin precedentes hayamos el agua. Sin embargo, la gestión es nefasta, desigual y poco solidaria con los pueblos y sociedades mermados por una posición poco privilegiada para su consumo y disfrute.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha señalado que cada 20 segundos muere un niño o niña a causa de una enfermedad derivada de la falta de agua potable y que, con este ratio de mortalidad, se pierden 1,5 millones de jóvenes vidas al año.

Resulta intolerable digerir datos como dato instalado en la frialdad y una interesada pasividad. Miles de millones de euros y dólares destinados a proyectos de desarrollo para garantizar necesidades de primer orden y nos tropezamos con una cascada de perdidas humanas que forman parte de las futuras generaciones.

Se estima que en el año 2025, 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con una gran escasez de agua y dos tercios de la población mundial lo hará en condiciones de carencia extrema, datos elaborados por los exhaustivos estudios ONU Agua, una coalición integrada por representantes de 24 organizaciones del foro mundial.

Esta crítica situación para el desarrollo humano no contrasta con el fatídico uso del líquido vital. En la actualidad se destina 70 por ciento del agua dulce al riego, un 22 por ciento a la industria y alrededor de ocho por ciento al uso doméstico. Estos porcentajes se registran en aquellos lugares donde el saneamiento y abastecimiento no es una utopía.

Pero, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia ha logrado contrastar que más de 884 millones de personas no tienen agua potable en el mundo. Y cerca 2.600 millones de seres humanos carecen de un sistema que permita beber sin restricciones o aplicar hábitos de higiene personal condicionado por la escasez.

De las 6.000 millones que habitan el planeta, el grifo de las oportunidades solo vierte para una minoría, a pesar de ser un remarcado Objetivo de Desarrollo del Milenio, a pesar de los enormes esfuerzos económicos dedicados a través de planes de cooperación.

A pesar de todo esto, la gran mayoría de los niños y niñas del planeta tienen sed.