El orfanato del VIH

 

El pequeño no sabía por qué ya no estaban sus padres pero sufría las consecuencias de un virus letal. Su grado de incomprensión le despertaba, por primera vez, alguna sensación muy parecida a la ira. De la impotencia volaba con destino a una especie de odio vital sin poder evitarlo.

Sus tíos y hermanos mayores trataban de consolarle con numerosas explicaciones, lógicas, que se hacían insuficientes. Aquella minúscula mente de ocho años solo repetía que su padre y madre hacia unas semanas estaban en casa con él. De vez en cuando miraba hacia el cielo con el deseo de ver o hablar con alguno de ellos sin encontrar un mínimo sosiego a un profundo dolor. Se mostraba incapaz de dominar aquel sentimiento que mezclaba en el mismo cóctel: tristeza, rabia y melancolía.

No son pocos los niños que han experimentado los sufrimientos de la vida por el endemoniado Virus de la InmunoDeficiencia Humana. En su mayoría, el destino les conduce a un hogar llamado orfanato. Si la familia carece de los recursos fundamentales para tutelar al niño o niña, un hospicio acabará siendo el lugar elegido para los próximos años de vida.

Zairo temía que su entorno familiar no pudiese asumir la responsabilidad de hacerse cargo de él. En muchos países de África, la cultura obliga a los cabeza de familia a responder por los suyos, sin excepciones. En caso contrario la condena social se convertiría en una pena insoportable.

El pequeño rezaba todas las noches por sus padres y, hacia un pequeño inciso, por su futuro personal. Lo hacia con intensidad, como si le fuese la vida en ello. De hecho, le iba. Pensar en vivir alejado de su aldea se había convertido en una tortura. Cada mañana buscaba la manera de ser útil para sus tíos. Solía madrugar para ir a buscar agua al regato que se encontraba ubicado a varios kilómetros de distancia.

Por las tardes, ayudaba a su tía y primos en las labores de organización de la casa. Con tan solo ocho años había entendido, a la perfección, la necesidad de refugiarse en las responsabilidades para sobrevivir.
En una pequeña aldea del Congo, hacía meses que no llovía y desesperación por el progreso de algunos frutos cultivados desesperaba a su tío y al resto de campesinos de la zona. Sin agua no hay nada. Y, en casa, había una boca más que alimentar.

Mientras tanto, el VIH seguía afectando a más personas de aquel recóndito lugar. En las últimas semanas, uno de los populares comerciantes del pueblo había empeorado a causa de las enfermedades oportunistas. Hace años que había sido diagnosticado. Pero, nada más. Se despreocupó de tomar un mínimo tratamiento que a veces llega, con cuenta gotas, gracias a la cooperación internacional.
El resto de compañeros dejan su espacio sin ocupar en señal de respeto. Una de esas ejemplares leyes que nunca pasaran por un Parlamento. Sin embargo, nadie se atreve a vulnerar, sea cual sea el motivo.

En la aldea de Luvungi, uno de los lugares más inseguros en el año 2010 para las mujeres, donde se produjeron numerosas violaciones sexuales que obligaron a Naciones Unidas a denunciar una preocupante situación, todavía cohabita con la virulenta amenaza de un extendido problema de salud pública como el SIDA. Y, a diferencia de otros países del entorno, la reducción por contagio ha sido muy deficiente a pesar de los esfuerzos empleados.

Según las últimas investigaciones de Save The Children, en el mundo, existen más de 16,6 millones de niños y niñas que se han quedado huérfanos a causa de esta enfermedad. Entre ellos, se encuentra el caso del pequeño Zairo que implora, con ímpetu, por no acabar en un frío e impersonal lugar que le recordará cada mañana, tarde y noche que le llevo hasta allí.

Pese a la adversidad, el compromiso familiar no es otro que conceder una nimia oportunidad al pequeño huérfano y sus hermanos.  Solo el futuro tiene esa exclusiva capacidad de regalar esperanza para el final de esta historia humana.

Muñeca de trapo

El insoportable conflicto de Siria sigue provocando que miles de familias huyan con lo puesto, y poco más. Salir del fuego cruzado se convierte en el único objetivo de padres y madres con la finalidad de proteger la vida de los suyos, por encima de cualquier otra consideración.

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Una factura secular

 Las consecuencias de la Violencia Machista trascienden, sin remedio, a las piezas más vulnerables del núcleo familiar: los niños. Las agresiones, las coacciones o el sometimiento del que se considera marido o compañero sentimental incide en el equilibrio emocional de los mas pequeños.
Es una dramática situación para madres e hijos. Las primeras por recibir los efectos de la agresión de forma directa. Y los segundos por ver, sufrir y callar ante una injusticia continuada en el tiempo. Quien ejerce violencia secuestra libertades para vivir. Quien agrede lesiona la autoestima y las ilusiones de existir.

Aprender a convivir con un clima de terrorismo doméstico solo deriva en un mismo resultado: Violencia genera más violencia. Y la espiral no se detiene de forma improvisada. Es en este punto donde los agentes externos y especializados deben intervenir para evitar un empeoramiento de la situación.
Crecer rodeado de tensión y agresividad solo logra convertirnos en personas inseguras, complejas e introvertidas como medida de defensa. Por contra, soportar estos indeseados escenarios solo produce cicatrices en lo físico, psicológico y emocional, con la consiguiente inhabilitación para ser una misma.
La sociedad tiene múltiples problemas sociales aunque la violencia machista no deja de ser otra factura pendiente, desde hace siglos, con las mujeres del planeta.
Solo cabe una salida: resolver una deuda antes de que transcurra un nuevo siglo

¿Qué serías capaz de hacer tú con 200 euros?

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El Comercio Justo es algo más que una bonita conjunción de dos palabras. Se trata de practicar una forma de consumo que equilibre las oportunidades a todos los eslabones de la cadena. Desde el primero al último deben contar con las mismas oportunidades de desarrollo personal y colectivo. Cuando esto no ocurre – casi siempre – las injusticias suelen buscar acomodo en aquellos contextos donde se favorece su presencia.

A la hora de ejercer un acto como consumidores tenemos la misma obligación que un médico cuando interviene en un quirófano a un paciente. La responsabilidad por velar por la vida ajena tiene que ser máxima. La única diferencia entre un ejercicio y otro es la inmediatez. Mucho más discutible es el resultado final. Si el cirujano utiliza de forma negligente el bisturí habrá problemas asegurados. Si el ánimo del consumidor no abre la puerta a la sensibilidad social también habrá problemas similares a largo plazo.

Las campañas como la de Ropa Limpia inciden en la necesidad de concienciarnos a nivel individual para, posteriormente, aportar valor solidario a nivel colectivo. Todo esta relacionado. Y mirar, oír y callar no parece una buena solución a los problemas de desarrollo humano. Silenciar allí donde es preciso alzar la voz es incrementar el grado de castigo e injusticia.

Cobrar poco o mucho no forma parte del debate. Sumar o restar euros, dolares u otra moneda que se antoje tan solo es un mero instrumento para compensar un esfuerzo. El asunto hunde sus raíces en una profundidad de mayor calado: Dignidad Social, Dignidad Laboral y Dignidad Personal son tres de las claves en las que debe estar tejida un prenda de ropa procedente de Asia, África o Latinoamérica.

Trabajar para poder seguir trabajando no responde a unas condiciones de vida recomendables para mujeres, hombres y, no en pocas ocasiones, niños que sustituyen la escuela por los talleres de confección.

El sector textil puede contribuir a desarrollar o involucionar a una comunidad, según se vea. Percibir un salario que no se corresponde con el esfuerzo solo empuja a tomar un ineludible camino hacia las fórmulas modernas de esclavitud. Los gastos más básicos de subsistencia no pueden ser afrontados con solvencia. En muchas ocasiones la vivienda y alimentación se comparten por obligación y no por devoción.

Hemos conocido realidades en las que jóvenes mujeres conviven, en el mejor de los casos, en un reducido espacio de 20 metros cuadrados. Este es uno de los escenarios más habituales; allí donde se ubican fábricas de confección de capital europeo. «Ir a peor es solo cuestión de inercia».

Horas y horas de esfuerzo para acabar llevándose los retales económicos de una beneficiosa producción para el patrón y empresario. Mientras tanto, las trabajadoras (mayores y menores de edad) restan enteros a su calidad de vida, protección social, atención sanitaria o desarrollo personal y familiar. Un contraste que podemos medir con enorme facilidad: ¿Qué serías capaz de hacer tú con 200 euros?

Ciudades limpias

Autora invitada, L.C. – Guatemala es actualmente uno de los países del mundo con mayor riqueza natural, además de contar con una preocupación seria por la conservación de su medio natural, ya que no por nada un tercio del país se encuentra bajo la categoría de área protegida. Sin embargo, no podemos limitarnos a cuidar nuestras playas, montañas y bosques, también debemos intentas que nuestras ciudades tengan una calidad de vida superior, pues al final repercutirá positivamente en nuestra salud y estado de ánimo. Continuar leyendo «Ciudades limpias»