La urgente visibilidad de la salud mental sigue siendo una asignatura pendiente
La línea divisoria entre lo visible e invisible persiste cuando se presentan problemáticas o realidades relacionadas con la salud mental. Enfermedades que afectan a lo más profundo del ser humano continúan siendo fruto de un entierro prematuro con tal de no hablar, de no analizar, de no comprender el por qué suceden ciertas cosas, y nos negamos conocer sus principales causas; bien sea por miedo, bien sea por desconocimiento o bien sea por una deficiente cultura sobre el particular que lo convierte en una larga colección de estigmas
Poco o nada velamos por nuestra salud mental. Poco o nada nos interesa disfrutar de una buena salud mental. Poco o nada sabemos cuidarnos y sabemos cuidar a quien lo precisa para disponer de una buena salud mental. Nos comportamos de este modo porque damos por sentado que este tema es tan solo una cuestión residual. Que necesita ser tratada de puertas para adentro, al margen de una sociedad ofuscada por no ver perturbados convencionalismos y la supuesta normalidad. Sin embargo, la realidad es otra bien distinta: la relevancia del asunto está tan extendido, que asusta su verdadera dimensión.
Radiografía del suicidio
Los casos de suicidio en España se sitúan como la segunda causa de muerte externa, solo por detrás de las caídas accidentales. En el año 2023, hubo 4.116 suicidios en el territorio nacional. Y, al parecer, según organismos internacionales se trata de uno de los principales factores de muerte entre los más jóvenes. Extremadamente preocupante porque quienes tienen todo por delante deciden detenerse en el largo camino de la vida de manera abrupta y voluntaria.
A nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 700.000 personas se quitan la vida cada año, lo que convierte al suicidio en una de las principales causas de mortalidad en el mundo. Sin embargo, poco o nada se habla de esta aplastante realidad. Se opta por un atronador mutismo como respuesta ante uno de los vitales desafíos planetarios.
Por su parte, la OMS advierte que, a pesar de algunos avances en políticas públicas, la inversión en salud mental sigue siendo insuficiente. Infinitamente mejorable. Los ejemplos de inversión en sistemas sanitarios dotados con óptimos recursos en las áreas de salud mental, con personal cualificado: psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales no se antojan fáciles de encontrar en el mapa de geografía. Es el último eslabón de una cadena donde, según la experiencia empírica, parece obligado invertir el orden de prioridades. Pero, no lo hacemos por mero negacionismo, arrastrados por una especie de sensación de vergüenza.
Mayor visibilidad
Si bien las soluciones terapéuticas al alcance no son capaces de resolver el cien por cien de los casos clínicos diagnosticados sólo el mero hecho de encender el foco y alumbrar con intensidad diversas problemáticas como la ansiedad, la depresión, la bipolaridad o los trastornos psiquiátricos, entre otros, repercute en la sensibilidad social y, por tanto, permite ascender al primer peldaño para motivar cambios de comportamiento. Algo que ayuda, y mucho. Además, contribuye a responder frente a los retos de una asignatura pendiente que, si algo hace, es incidir directamente en el bienestar —individual y colectivo— de nuestra sociedad.
Pero, mientras resistan los pilares del tabú ante el paso de un tiempo, la sociedad seguirá buscando refugio en el silencio con el único fin de evitar afrontar, de cara, realidades en las que se evidencien las pronunciadas carencias que padecemos en salud mental. Y el hecho de empeñarse en la idea de esconder un grave problema bajo las profundidades de la invisibilidad, sin entender que ignorar los síntomas de un contexto con urgencias sólo conllevará el crecimiento de este, reprimirá la emergencia de soluciones solventes que consigan aliviar los dolores y desequilibrios procedentes del alma.
