Un nuevo ataque de Israel sega la vida de cinco periodistas
(Foto: Noam Galai/Getty )
Duele comprobar como la indefensión de la población civil y de profesionales del periodismo y de la comunicación se ha convertido en un blanco fácil para el ejército de Israel en sus incontables ataques a la franja de Gaza.
En un lugar donde ya no queda nada por destruir – excepto algún centro hospitalario que todavía logra mantener su estructura, a duras penas – continua la incesante lluvia de bombas. Las hostilidades no dan un leve respiro a nadie: mañana, tarde y noche el silbido de los misiles no deja sonar en un cielo invadido por la amenaza de la muerte. En una de las últimas ofensivas contra el Hospital Nasser, acontecidas en la última semana del mes de agosto de 2025, fueron asesinados más de cincuenta civiles y cinco periodistas: Hossam Al Masri, Mohamed Salama, Mariam Abu Daqqa, Moaz Abu Taha y Ahmed Abu Aziz.
Los cinco profesionales trabajaban o colaboraban para medios internacionales de prestigio como Reuters, Associated Press o Al Jazeera. Pero, nada detiene a un Estado enfermo de odio contra un pueblo vecino.
De nuevo, los ojos del mundo vuelven a sufrir el zarpazo de la sin razón, del delirio patológico de quien desprecia la vida ajena y de un estéril intento de apagar las cámaras, los micrófonos y los ordenadores portátiles con el fin de que no se sepa nada de lo que sucede dentro de la franja.
Es indudable que, a estas alturas del genocidio que padece la población palestina en Gaza, el número de efectivos que pueden reportar la realidad diaria ha menguado ante las constantes acciones de un Estado contra los profesionales de los medios de comunicación. Porque más de 240 periodistas han fallecido al exponer sus vidas con el único fin de contar, en primera línea, las perversas consecuencias de una crueldad sin precedentes. De una barbarie de proporciones desconocidas.
Sin embargo, gracias a su trabajo, el resto del mundo hemos conocido cómo las acciones de Israel oprimen, castigan y asesinan a miles de niños, mujeres y personas vulnerables sin ningún cargo de conciencia. Cómo se incumplen todos los parámetros internacionales relacionados con el acceso a la ayuda humanitaria en las áreas más afectadas por las acciones militares, llegando a declararse la hambruna por Naciones Unidas. O cómo la comunidad internacional observa y opta por refugiarse en la inacción, y en ocasiones en el silencio, convirtiéndose así en cómplice pasivo de los atroces acontecimientos.
Tal y como expresó en su día el escritor universal Gabriel García Márquez: “el periodismo es el mejor oficio del mundo”. Y seguro que construyó esta histórica frase sin un ápice de ingenuidad, lejos de cualquier romanticismo idealizado, convencido en que esta profesión es una de las pocas que logran enfrentarse directamente al poder y a los poderosos sin recurrir a las armas, sólo con la fuerza que contiene la palabra, la voz, la imagen o un sonido.
Poco a poco, la ceguera ante lo que sucede en este rincón del planeta se agudiza, sin que parezca existir un remedio posible. Desgraciadamente, el periodismo languidece en Gaza, mermado por el asesinato de sus principales profesionales: los y las periodistas. Y si nadie hace nada por remediarlo, llegará el inevitable apagón informativo, y nuestras pantallas se teñirán de un monocolor negro. Pero, estamos obligados a impedirlo. Ese será el mejor homenaje a quien a dado su vida por iluminar con sus crónicas y reportajes el oscuro túnel del infierno.