El panorama nos deja dos noticias: una buena y una mala. El asunto más amable lo protagoniza el Tribunal Superior de Nairobi. Esta instancia judicial ha revocado el plan del Gobierno de Kenia de cerrar el campo de refugiados de Dadaab, el mayor del mundo, porque considera inconstitucional la repatriación de quienes viven en el.
Es decir, cualquier intención política de forzar el cierre del campo constituiría un delito con su consiguiente consecuencia penal. Cabe recordar que el campo de Dadaab se creó en el año 1991 para acoger a los seres humanos, procedentes de Somalia, que huían de la guerra civil en su país. Este asentamiento llegó a albergar hasta 580.000 refugiados, pero, en la actualidad, acoge a unos 250.000, muchos de los cuales han nacido y crecido en el campo.
La decisión judicial ha sido celebrada por los colectivos de Derechos Humanos y las ONGs que llevan años de trabajo en la zona. Esta paralización del cierre del campo es uno de esos espejos en el que se deberían mirar, con insistencia, los responsables políticos de los Estados que conforman la Unión Europea. Se ha convertido en el “yes we can” de África. En un ejemplo de los países del sur a los de norte. En una lección de que va esto de cumplir con los Derechos Humanos y la Solidaridad. Algo que, en Europa, pudo suceder y no sucedió.
El pasado año 2016 se adoptó la determinación de desmantelar campos de refugiados como el Idomeni, límite entre Grecia y Macedonia, y trasladar a todas las personas a Turquía; gracias a un infame acuerdo en el que, a cambio de una cifra millonaria, las deportaciones masivas podrían practicarse hasta este país. Es decir, traspasando el problema al otro lado de la frontera para evitar tener el problema en la puerta de casa. Obrando como quien al barrer esconde el polvo debajo de la alfombra.
La mala noticia es que seguimos igual, con el inmovilismo habitual. Sin que nada cambie. Con incumplimientos en el número de acogidas y concesiones de asilo. Con una insensibilidad sobresaliente ante una de las crisis humanitarias más importantes de la últimas décadas. Es posible que la mejor solución a todo esto pase por irse a vivir a Kenia. Da la sensación que uno tiene más seguridad, como ser humano, allí que aquí.
¡Evidencias hay!