Navegar en la incertidumbre

Foto: Miguel Núñez

No se podrá decir que el gobierno de España y la propia Unión Europea han conseguido los objetivos marcados, a inicios de la crisis humanitaria de los refugiados. Lo han hecho, y con nota: incumplieron los compromisos anunciados asilándose en una política deshumanizada, a base de conservar el corazón frío, sometido a temperaturas bajo cero.

Y, casualmente, en Alemania, ahora que la canciller Angela Merkel parece que revalida en el cargo, tras las últimas elecciones, viajan del pasado al presente aquellas declaraciones en las que la líder del gobierno germano le confesaba a la niña palestina Reem Sahwil que “la política es muy dura” ante su petición de prolongar su permiso de residencia. Con esta gélida frase, en cinco escalofriantes palabras, despachaba las pretensiones de una cría de seguir cursando estudios en Rostock, al norte del país germano.

La displicencia de la declaración de la canciller solo resume la voluntad y la sensibilidad del resto de territorios de la Unión que, en su momento, firmaron una cifra sobre el papel, a sabiendas de que nunca cumplirían con el número de personas acogidas que huyen de la guerra y pobreza en Oriente Medio. Lo fácil fue firmar e inmediatamente sufrir una especie de amnesia crónica ante esta realidad. Seguro que, poco después de abandonar aquella sala, la mayoría de dirigentes resetearon sus agendas mentales renunciando a pasar a la historia como una Europa donde los derechos humanos y la solidaridad fuesen un ejemplo para el resto del mundo en el Siglo XXI. Se limitaron a apretar el nudo de la soga de la indiferencia y esperaron a que las hojas de calendario pasasen con la mayor rapidez posible.

Llegado el día, alcanzado el final del plazo marcado, Europa incumple en un 73% lo asumido, inicialmente. El caso de España, todavía, resulta más ofensivo porque el porcentaje se eleva hasta un 89%. En todos estos meses y años, el asunto se ha observado desde una inacción absolutamente indecente. No se ha hecho nada. Y, para justificar la falta de medidas y soluciones, hubo ministros que recurrieron a la declaración del miedo: “se debe tener cuidado porque no sabemos quien puede entrar por esa vía”. Desprestigiando así la imagen del refugiado como aquel que encarna el papel principal de los problemas de Europa ante el terrorismo Yihadista.

Desde luego, el mayor enemigo al que puede enfrentarse un dirigente político se llama memoria. Y cuando un pueblo la tiene está perdido ante cualquier desacato a los compromisos adquiridos. Es el caso. Todos recordamos la sutil maniobra para provocar el olvido colectivo firmando un acuerdo con Turquía. El fin último era despejar el viejo continente de improvisados asentamientos. Pero, no funcionó. La realidad ha sido muy persistente y el flujo de personas que llegan no cesa, ni cesará mientras no se adopten otras medidas diferentes a una cruel pasividad.

Foto: Miguel Núñez

En la última campaña electoral, en pleno debate de candidatos a la presidencia del gobierno de España, Mariano Rajoy hizo mención a crisis que padecen los refugiados y a la inmigración, procedente de África. Con cierta ligereza aludió a recuperar el Plan Marshall para actuar en origen y dar la oportunidad a las personas que migran a emprender un proyecto sin tener que abandonar sus raíces. Como era esperado se quedó una declaración, fruto de la fiebre política de un debate en campaña. Nunca más se supo de aquella tímida declaración de intenciones del actual presidente.

Pasados unos meses, recordamos aquello con demasiada nitidez. Lo peor, contrastamos lo dicho con lo hecho. Lo mejor, lo único decente con lo que podemos quedarnos, y sentir cierta esperanza, es con el papel desempeñado por las ONGs: en plena orilla pero también en diferentes países han logrado garantizar la atención al refugiado y ha encendido la llama de la denuncia ante el continuado incumplimiento de los gobiernos. Su labor nos ha traído hasta aquí.

Agotado el plazo, expirada la fecha, el legado que nos deja esta maltratada realidad son millonarias inversiones en kilométricas fronteras y alambradas, y mucho cinismo en los despachos de Bruselas. En este mismo escenario también hemos asistido al sepelio de la responsabilidad política y al renacimiento de la impunidad. Pero, a partir de ahora, ¿qué les deparará a ellos, a los refugiados? Más incumplimientos: ¡seguro! A quienes llegan no tendrán más remedio que soportar igual o peor trato que el ya recibido. Y a quienes lo hicieron antes, hace meses o años, no les quedará otra opción que aprender a navegar por una incertidumbre que cada vez se hace más grande en una Europa enferma de insolidaridad. Confiemos en un remoto cambio de rumbo.

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