Ser niño en algunas partes del mundo es sinónimo de nacer en franca desventaja. A todos los efectos. Si repasamos el mapa de realidades sociales y humanas encontramos que más de un 50% de escenarios están sometidos al dictado de la pobreza. Analizar uno por uno no sería una tarea sencilla. Por eso, en esta ocasión, quiero ampliar la lupa sobre una ciudad como Alepo y la guerra que azota a los seres humanos que se encuentran atrapados en un territorio como Siria.
Con todo, resulta inevitable que el horror salpique a la infancia. Lo hace con una crudeza extrema. Sin apenas ofrecer una mínima opción para escapar de una auténtica escuela donde el drama y la muerte pasean como dos novios que acaban de conocerse. Que se desean con la máxima intensidad. Sin embargo, las consecuencias de este letal amor, de momento, no han podido medirse. Se sabe que 300.000 personas podrían haber perdido la vida en los últimos cinco años, fecha del inicio del conflicto.
Acercándonos a lo más reciente. En las últimas horas, y debido a las dificultades de poder evacuar a miles de personas de la ciudad de Alepo, Naciones Unidas propuso enviar observadores a terreno que permitiesen recabar la información necesaria para conocer, de forma rigurosa, la realidad de mujeres, hombres y niños que no pueden abandonar ese contexto, donde las bombas caen y las balas silban, sin descanso. Y articular así un plan de evacuación.
La oposición inicial de Rusia, a esta urgente medida, habla a las claras del grado de deshumanización que se vive en el Kremlin. Aunque esto ya no es nuevo. Y, a pesar de una reconsideración a la primera postura, votando a favor de la medida planteada por la ONU, el gobierno de Putín no suele despeinarse cuando se trata de bloquear una situación de Ayuda Humanitaria o Emergencia de la que, no olvidemos, también es responsable el presidente del régimen sirio Bashar al Asad con incesantes bombardeos y torturas a la población civil.
Es conocida la colisión de intereses entre ambos países en la región de Oriente Próximo por el control de los recursos energéticos, la posición geopolítica y, de paso, la dinamización del maldito negocio de la industria armamentística. Una serie de claves que no hacen otra cosa que dar más hilo a la cometa de la destrucción ante la pretensión de dominar y no ser dominado.
Mientras tanto, colegios, centros sanitarios, viviendas particulares y espacios lúdicos ya forman parte de los escombros en los que ha quedado convertida Alepo. La desgracia sigue cebandose de tal manera que más de cien mil personas se encuentran atrapadas en un radio del que resulta imposible salir sin no se registra un alto el fuego real, a todos los efectos. Entretanto, las hostilidades no cesan. Y, a día de hoy, morir es mucho más fácil que vivir en este lugar. Ha llegado a convertirse en la única opción para muchos.
En un modesto hospital, una madre lloraba de rabia e impotencia, tras un cruento bombardeo en el que su hijo, de cinco años de edad, resultaba herido en la cabeza. Lo hacia al revisar una y otra vez la brecha abierta de su pequeño. Éste se mostraba conmocionado y sorprendido por todo lo sucedido. Su mirada lo decía todo. De vez en cuando, se frotaba las manitas buscando la seguridad que, en ese momento, su mamá no era capaz de aportarle desbordada por la desesperación. Con suma atención, y semblante muy serio, mira a los ojos de su mamá. Un médico se acerca a los dos para conocer su estado de salud. Y a su lógica pregunta, ella le responde con una demoledora reflexión: “En Alepo ya no se oye llorar a los niños”.