Su llegada a la Casa Blanca hacía temer los peores augurios para los avances humanos, sociales, ecológicos y medio ambientales a nivel global. Quienes pronosticaron, en aquel presente, este futuro, no se equivocaron. Desde luego, el personaje no ha defraudado en marcar un lamentable y paupérrimo estilo político. Hace unos días, en el despacho Oval, senadores y congresistas manejaban uno de los asuntos más sensibles para la política migratoria de EE.UU: el Estatus de Protección Temporal (TPS). Este programa fue diseñado, en la década de los años 90, para conceder visados temporales y permisos de trabajo a personas de países afectados por guerras o desastres naturales. Entre ellos se encuentran salvadoreños, haitianos, nicaragüenses, hondureños, sudaneses del Sur, yemeníes, nepalíes, somalíes y sirios.
En un alarde de prepotencia, mezclado con ignorancia supina, escupió con desprecio referencias verbales dirigidas a personas procedentes de El Salvador, Haití u otros lugares de África. Calificó a estos países, en vías de desarrollo, como «países de mierda». A continuación, se preguntó: «¿Por qué tenemos a toda esta gente que son un agujero de mierda viniendo aquí?».
Las atinadas reflexiones del señor presidente dejaron estupefactos a muchos de los allí presentes. No dudaron, al abandonar la reunión, en denunciar tal actitud. A partir de ahí, las incontables reacciones de reprobación no se hicieron esperar. Desde diferentes ámbitos políticos, pasando por el institucional, hasta llegar al social se movilizaron en censurar con determinación un comportamiento inaceptable y carente de sensibilidad con quienes resisten el peso de la pobreza. Con aquellos que huyen de la violencia, de las guerras, de la persecución política, del atropello de los derechos humanos. Por todos estos supuestos, una persona se ve obligada a meter las pocas pertenencias en una pequeña maleta y a tomar la mano de su familia buscando un nuevo horizonte. Un lugar donde las compuertas de la esperanza todavía se mantengan abiertas. Y no son pocos los que renuncian a sus raíces con el exclusivo objetivo de conservar lo único que tienen: la vida. Procedentes de esos “países de mierda” llegan muchas personas afectadas por “realidades de mierda” que, no en pocas ocasiones, han sido provocadas por potencias mundiales con decisiones de mierda. El mal olor de las palabras hace intuir las nefastas intenciones.
¡Toca perfumarse en solidaridad!