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La manifestación de la pobreza no es algo uniforme o lineal que permita activar un protocolo de diagnóstico convencional. Esta es sería una visión muy escasa de perspectiva real. Ser pobre no significa, necesariamente, carecer de bienes materiales que faciliten las condiciones de vida.
Afortunadamente, la profesionalización y tecnificación de las Acciones Sociales, Ayuda Humanitaria o Cooperación al Desarrollo han acabado desautorizando la clásica fotografía del imaginario popular sobre un único tipo de pobreza. Los denominados actores sociales han resultado clave para iniciar el trabado camino de la sensibilización y advertir de la necesidad de un compromiso permanente y no aislado.
Ejemplo de ello es que, estos días, se celebra una Semana Galega Contra la Pobreza para denunciar los continuos recortes que las administraciones públicas osan a aplicar, con descarada impunidad moral, en sus presupuestos anuales. Un objetivo como el 0,7% del PIB ha pasado del color al blanco y negro, en cuestión de meses. La desdicha ajena ha sido borrada de la agenda política sin pudor alguno.
Satisface saber que, hoy en día, cuando se conversa sobre algo tan inhumano como la pobreza se hace desde un plano global y multidisciplinar. Es decir, la gente es capaz de discernir, a través de mecanismos muy personales, la existencia de diferentes clases de pobreza.
Evidentemente, la empatía es, inicialmente, mayor cuando la necesidad presentada forma parte del conjunto de las básicas: Comer, beber y vivir. Pero, los interiorizados pilares del bienestar (Educación, Sanidad y Servicios Sociales) no se han convertido en ese avaricioso tesoro que “nunca compartiríamos”. Todo lo contrario, la idea principal de establecer un lazo solidario con una comunidad o sociedad, en innegables apuros, pasa por importar un modelo eficiente que imprima una mejora en la calidad de vida de las personas.
Esta teoría queda refrendada tras el minucioso informe elaborado y publicado por expertos de la Universidad de Vigo sobre el «Conocimiento y actitudes de los ciudadanos gallegos ante la política de cooperación y ayuda para el desarrollo”.
Los datos no engañan y deberían hacer reconsiderar a la clase política su cerrazón por huir de las líneas, programas o proyectos de solidaridad internacional.
Al parecer, la sociedad declara estar más preocupada por las consecuencias que la pobreza genera en otros semejantes que por la propia crisis económica. A este dato, también se añade un mismo o parecido sentimiento por los irreparables daños que los conflictos bélicos llevan aparejados a nivel humanitario y social.
Asimismo, la generosidad manifestada nos lleva a un campo incomodo para las actuales posiciones políticas en la lucha contra la pobreza. Una gran mayoría considera que la reorientación de las partidas presupuestarias no debería tener afección en los capítulos destinados a esta cuestión. A partir de ahora, ¿qué lectura política tendremos que digerir?, ¿seremos espectadores de la máxima indiferencia ante una informe académico avalado?
Los entrevistados en el estudio confiesan tener una alta confianza en la labor de los actores sociales y las ONG´s, aunque la ignorancia del mapa de organizaciones sociales es muy alto. “Pocos serían capaces de mencionar una referencia”.
En este sentido, una importante mayoría califica de ineficaces las políticas y estrategias de sensibilización promovidas desde las administraciones y el propio sector con recursos muy modestos.
Es uno de los aspectos cuestionados, a tenor de los esfuerzos invertidos en despertar una cierta sensibilidad social. Al parecer, la demanda por una comunicación periodística de calidad se hace cada más urgente con la finalidad de optimizar y mejorar el grado de conocimiento de: ¿qué?, ¿quien?, ¿cómo?, ¿cuando?, ¿por qué? y ¿donde somos solidarios?
Por tanto, un nuevo trabajo sociológico sitúa como una prioridad que las conocidas ‘Cinco W’, puestas en práctica por profesionales especializados, se conviertan en un reconocido y comprometido elemento de lucha contra la pobreza social e informativa.