Tomas Acuña.- Trabajar como funcionario de prisiones desde hace más de dos décadas permite hacer un importante recorrido por el pasado. Recuerdo que en el departamento de menores había personas desde los 16 años hasta los 25. Había protegidos de los protegidos. Internos que se refugiaban de otros internos que a su vez se refugiaban de otros; los motines, altercados y desordenes colectivos estaban a la orden del día.
En unos 18 meses que estuve en la cárcel de A Parda (hasta que se cerró por Orden del Ministerio de Justicia) hubo un motín con secuestro de ocho funcionarios, un intento de homicidio a varios internos por ajuste de cuentas entre ellos, intento de violación de dos médicos de la plantilla, así como otros tantos motines frustrados; con elevados daños en las instalaciones del centro y lesiones graves entre internos y agresiones a funcionarios.
Las sensaciones y pensamientos reiterados cuando iba a trabajar era: “¿Qué me pasará hoy?, ¿tocara que me secuestren, que me agredan?, ¿a quien le pincharan hoy: a un interno, a un compañero, a mi? Y cuando acababa el servicio y no había pasado nada espectacular, decías: «bueno otro día que libramos, ¡Qué alivio, menos mal!».
Al trabajar por turnos, puede parecer que por las noches el servicio era tranquilo, nada mas lejos de la realidad. En ocasiones, eran peor que la jornada diurna por dos razones: Por la noche, nuestro cuerpo esta debilitado, ya que está programado para el ciclo vigilia (sueño) y trabajamos menos funcionarios. Confieso que teníamos turnos que ofrecían resultados espectaculares.
En un ocasión, tuvieron que coser a 24 internos por cortes provocados de diversa consideración en brazos, piernas, abdomen. Eran de tal magnitud, en numero y forma, que acababa el turno y estaban todavía sin coser algunos internos. El servicio sanitario solía verse desbordo por tantos casos en tan poco espacio de tiempo.
También, era habitual tragarse pilas, cuchillas de afeitar, lejía, “meterse un misil” (consiste en introducirse un objeto metálico en el abdomen, por lo general un trozo del somier de la cama) o cualquier tipo de autolesión. Estas eran producto de la desesperación, ira acumulada, miedo o simplemente por simpatía o solidaridad con otro interno. Los motivos eran variados, el único denominador común era la ausencia de todo sentido común.
(Segundo relato de Tomas Acuña de una serie dedicada a experiencias del pasado y presente de las prisiones del sistema español)