Los esfuerzos de la cooperación al desarrollo y la implicación fiel, e inequívoca, de organizaciones así como instituciones de rango internacional nos conceden lucir una realidad muy ansiada: la ‘mortalidad infantil’ se ha reducido en un 50% desde los inicios de la década de los 90’. Este es uno de los objetivos del milenio, parcialmente cumplido, que se proponen abordar las acciones destinadas a mejorar las condiciones de vida de la Infancia en el mundo.
Así como dicen que los problemas no vienen solos; cabe decir que los buenos resultados tampoco. Forman parte de una estrategia profesional y técnica. Quienes se ocupan y preocupan por perseguir unos determinados retos de mejora no lo pueden hacer desde una perspectiva voluntaria y altruista. Nadie duda del espíritu solidario, pero se hace imprescindible dedicar a esta asignatura el mayor tiempo posible.
Además, el concepto de la exclusividad parece poca cosa para todo el trabajo que exige la dedicación a programas, proyectos o acciones vinculadas al campo social, humanitario e internacional. El desarrollo se convierte en la ‘especie protegida’ de la innumerable colección de retos que requiere de un esfuerzo sobresaliente.
Recordemos que la manifestación de la crisis no solo rodea al capítulo económico sino que en lo humano, social y cultura también pueden existir – con mayor acento – problemáticas de primer orden,
La demonización del Trabajador Social, el técnico en cooperación/consultor o el propio cooperante en terreno resulta injustificable a tenor de los logros obtenidos desde la incorporación al sistema de una Ley de Cooperación Internacional al Desarrollo, una Ley de Dependencia o la propia Liondau, entre otras.
No cabe duda que no podemos cerrar los ojos o intentar disimular que hubo ‘serios fiascos’, muy poco eficientes, provocados por un incorrecto planteamiento desde el Tejido Social en alguna acción. Aunque la amenaza del error, las imperfecciones o los desmanes no solo forman parte de este sector.
Pese a este sintético análisis de atinos y desatinos en los esfuerzos invertidos en cooperar y extender un manto de solidaridad, hoy, apelamos a la esperanza a tenor de unos fríos datos, aportados por la OMS y UNICEF, en los que se refleja el descenso de fallecimientos de niños y niñas por enfermedades como neumonía, la prematuridad, la asfixia, la diarrea y el paludismo.
Aún así, no olvidemos que el 45% de las muertes de menores de cinco años están relacionadas con la desnutrición infantil. No obstante, debemos incidir en que, por estas latitudes, seguimos en una escalada de tirar alimentos al contenedor verde sin apenas un mínimo remordimiento colectivo.
Y todo ello a pesar de la crisis económica.